El Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, con la coordinación de la Dra. Eva Giberti, tiene como finalidad principal poner en conocimiento de la víctimas cuáles son sus derechos para exigirle al Estado el respeto de los mismos y la sanción de las personas violentas que la hayan agredido. De este modo, se busca que la víctima supere su pasividad y reclame por sus derechos.

lunes, 9 de abril de 2018

ULTRAMODERNIDAD


* Por Eva GIberti 

**Tal vez llame la atención la notoria sucesión de denuncias referidas a abusos sexuales y acosos laborales que parecerían haberse despertado  sorpresivamente, cuando en realidad acaecieron hace diez o más años.

Como si se hubiesen dado cita las protagonistas de dichas denuncias y de repente y al mismo tiempo recordaran algo sumergido en el olvido. Sin embargo, muchas de ellas fueron explícitas: no hubo olvido alguno, solamente no pudieron hablar del hecho cuando fueron víctimas. Las condiciones no estaban dadas, el temor a ser estigmatizadas por haber sido víctimas, la vergüenza por lo mismo, la cercanía familiar del abusador, la dependencia del acosador, todas circunstancias capaces de silenciar la palabra culpabilizadora.

El tiempo transcurrido entre el hecho y la declaración actual, preferentemente por los medios de comunicación, abrió una suma de sospechas por parte de quienes no quieren escuchar los datos que dejan al descubierto la proporción de acosos laborales y abusos sexuales que sobrellevan mujeres, adolescentes y niñas. Desconfían y más aún afirman que se trata de inventos destinados a perjudicar a varones conocidos o famosos, pero nunca  afirmaciones verdaderas, como si la antigua memoria que se ha despertado, por ser antigua careciese de verosimilitud.

De este modo aparecieron las palabras de niñas abusadas sexualmente que estuvieron escondidas veinte años y de jóvenes mujeres que hoy en día cuentan cuál fue el precio que algún varón puso para mantenerle su contrato de trabajo.
Lo interesante de este fenómeno social fue la veloz aparición de otras mujeres que inmediatamente se asociaron a las que primero habían hablado y sumaron su narrativa reproduciendo el propio padecimiento como víctima de acoso o de abuso sexual. ¿Solidaridad femenina? ¿O quizás lo que se denomina sororidad como una forma de entendimiento y defensa entre mujeres, uno de los principios del feminismo? Podría tratarse de ambas, pero ¿por qué ahora estas mujeres salen a contar –también en otros países– e innumerables otras se suman alzando su voz al unísono?

Porque la solidaridad y la sororidad siempre existieron. Tal vez, las tesis de los actuales filósofos acerca del cambio de escenario en el cual no movemos los seres humanos no sea ajeno a estas irrupciones de las mujeres que en distintos territorios están mostrando su potencial activo. “Se trata –dicen– de la producción de la existencia humana en nuevos contextos históricos”. Se trata de nuevas prácticas sociales, nuevas prácticas estéticas, nuevas prácticas de sí mismo en relación con el otro, con el extraño. No es un asunto de subjetividades aisladas sino de articulación: del socius en estado mutante.

El socius en estado mutante es la mujer que repentinamente decide hablar porque para ella ha cambiado el escenario, vive en un nuevo contexto histórico en el que ya no se habla solo de hombres y mujeres, también de personas trans, en el que la violencia familiar ha sido visibilizada y es delito, en el que la tecnología forma parte sustantiva del mundo, las máquinas informáticas regulan las actividades, los dispositivos digitales aportan los conocimientos por adelantado, es decir, un mundo de seres humanos que han comenzado a llamarse sujetos de la ultramodernidad. Que vigilan y son vigilados, son protagonistas y observadores, artistas y espectadores al mismo tiempo (Groys, 2008). Así como las mujeres que describo.
Estos escenarios no son específicos para las mujeres, pero podemos ensayar el posicionamiento de este fenómeno de la memoria retrospectiva que es hablada por las mujeres en una intersección de este escenario actual con la modernidad de la cual provenimos y que vamos dejando atrás.

Las mujeres, hijas del patriarcado, criadas por familias machistas, cualquiera fuese su clase social, son las que paulatinamente han ido reconociendo las voces de otras mujeres llamadas a desordenar el orden que el jefe de familia instauraba. Son las que leyeron los artículos incendiarios que se infiltraban en los periódico y revistas “para mujeres” donde históricamente se privilegiaban las recetas de cocina y se enseñaba a corte y confección, las que se desabrocharon los corpiños para no usarlos más, las que se enfrentaron al padre para vestirse según su propio deseo, las que empezaron a reunirse con otras mujeres para hablar de la opresión que padecían por ser mujeres; todo ello facilitado porque encontraban eco en un mundo que les permitía comunicarse entre ellas y con el mundo. Porque salían de sus casas mediante los aparatos digitales y las pantallas que reproducían a otras mujeres y las espejaban a ellas mismas autónomas o independientes.
Se movían en un escenario diferente donde el que fuera orden instaurado se mostraba peligroso y opresor y en el que ellas debían mantenerse en silencio. Allí fue donde generaron las palabras en voz alta, ajenas a las melodiosas voces que siendo niñitas habían aprendido a pronunciar “para no molestar” a los mayores y para no parecer contestataria ante los mandatos del varón. Así aprendieron que gritar no equivale a estar loca, tampoco a ser “maleducada” sino a la necesidad de sobrepasar la ronca y áspera voz del macho que desde ella ocupa todos los lugares de la civilización.

Una nueva vida para quienes quieran traer a la superficie aquellos hechos que las torturaron durante años, auspiciando territorios para la memoria  En la ultramodernidad se construyen escenarios donde las mujeres, que son protagonistas de un nuevo poder, se amontonan para sostener la palabra de la mujer que denuncia y demanda justicia.

* Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias 
** Publicado el 5 de Abril del 2018 en el diario Página/12