Cuando el juicio llevado adelante en Tucumán a los acusados de secuestrar a la joven entra en la última etapa, la mamá de Marita cuenta cómo vive esa instancia, cuáles sos sus expectativas y qué le falta todavía a la lucha que emprende cada día.
Publicado en Página/12. "Sociedad".
Lunes, 05 de Noviembre de 2012.
Susana Trimarco dice que cada noche la rutina es la misma. Sobre la mesa de luz tiene sólo dos cosas: una medallita y un retrato donde su hija Marita resplandece con esa sonrisa convertida hoy en lema de la Fundación que –en su nombre– lucha contra la trata de personas.
–La medallita es de Cristo Rey, me la dieron en el Episcopado. El mismo día le dieron la misma, idéntica, a la hermana Martha Pelloni: una ceremonia hermosa, una misa carismática. A la noche rezo un Padrenuestro y un Avemaría. Pido: “Dios mío, seguí cuidando a mi hija”, y le doy un beso a la medallita. Me acuesto siempre con los anteojos y Micaelita me empieza a hablar hasta que de repente me duermo profundamente. Sin ningún tormento. Pobre la Mica, siempre sacándome los anteojos.
Sobre San Miguel de Tucumán cae la tarde mientras llega el fin de una semana intensa: el lunes pasado se iniciaron los alegatos en el juicio contra los acusados de secuestrar y explotar sexualmente a Marita. Al comenzar la semana, se reanudará el proceso. A mediados de este mes, la Sala II de la Cámara en lo Penal tucumana dará a conocer la sentencia. En los jueces Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero recae la responsabilidad histórica de hacer justicia en un leading case que volvió visible la existencia en Argentina de redes de trata de mujeres con fines de esclavitud sexual pero, por eso mismo, no puede ser juzgado con la ley de Prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas, que el mismo juicio terminó impulsando. Por primera vez en horas, Trimarco se sienta un rato ante una taza de té, unos bizcochos. Se acomoda un poco la campera de cuero colorada como una flor de ceibo; acerca la canasta de bizcochos. Aunque no estuvo presente en la sala de audiencias el día en que comenzaron los alegatos de las defensas, sí lo hizo cuando fue el turno de la acción civil –en representación de la hija de Marita, Sol Micaela, esa joven que creció acompañando los reclamos de su abuela y ahora reclama–, la fiscalía y la querella. Si después faltó, fue porque quiso complacer a sus abogados: no querían que ella escuchara lo que podrían decir los defensores de los 13 imputados. Ella les hizo caso, pero más porque “son como hijos” que por temor a sentirse vulnerable por la indignación. “Lo que puedan decir no me afecta. Hablan y para mí pasa una mosca, pasa un mosquito. Me da lástima nada más como ser humano ver ese odio y esa perversidad que tienen. Yo ese odio no lo tengo. Lo único que tengo es amor. Estoy llena de amor por mi hija y mi nieta.”
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