**Las desilusiones y los
arrebatos son múltiples. Las quejas interminables y los razonamientos
inservibles: “Hace veinte años que estamos casados y nunca me di cuenta de
nada… nunca tuvo un conducta que me hiciera sospechar y ahora aparece diciendo
que es homosexual, que tiene un compañero varón y me pide el divorcio
para irse a vivir con él…” Además la mujer añade: “Yo creo que está loco… le
pedí que consultase al médico pero me explica que es así, que siempre fue homosexual
pero que estaba confundido… Que igual me quiere pero no quiere ser mi marido… Y
tenemos dos hijos… “
Efectivamente, no sólo este
hombre no está “loco”, por el contrario forma parte de la innumerable corriente
de varones que, convivientes en un matrimonio de varios años, deciden aclarar
su situación y poner a la vista su condición de varones homosexuales que
ocultaron durante años mediante un matrimonio que se consideró “normal”.
La afirmación se repite: “Mi
marido siempre fue un hombre normal, no puede haberse vuelto homosexual de
repente…” Lo cierto es que al ser homosexual, continúa siendo normal. Es
probable que haya sido siempre una persona homosexual y que las articulaciones
de la vida cultural, de la época y de su familia lo hayan orientado momentáneamente
hacia la heterosexualidad.
Los prejuicios que cargan las
esposas las conducen a transformar a sus compañeros en sujetos monstruosos y
deformados, que además construyeron un matrimonio sobre una mentira, cuando en
realidad ha habido años de sufrimiento y dolorosa confusión en el ánimo del
varón dudando acerca de sí mismo y de su relación con su compañera a la que no
ha pretendido dañar. Su vida se le ha presentado de ese modo.
La contracara de este
razonamiento lo aportan quienes defienden el orden familiar y niegan toda
posibilidad de separación de estas parejas o del derecho a la homosexualidad
del varón una vez que ha sido constituido el hogar familiar que por razones
sociales y religiosas debe mantenerse como productor de hijos.
Es de tal
calibre la cantidad de parejas en las que estalla esta situación que la
consulta se ha tornado obligatoria para aquellas mujeres que alternan nuestras
opiniones con recorridas religiosas, consultando a sacerdotes a quienes piden consuelo y explicaciones. Por
lo general, son derivadas a grupos de apoyo coordinados por otro sacerdote o
bien un profesional convencido de que debe intentar ordenar la vida de ese
varón conduciéndolo al retorno de su vida familiar, mediante la convicción de
“no saber que les pasa”.
La presencia de estas mujeres
en la consulta se orienta de formas diversas, tímidamente o bien exponiendo el
problema con claridad desde el comienzo, pero siempre con la variable del
engaño: “Yo no me casé con un homosexual, él me engañó, no me dijo que le
gustaban los hombres…” Algunas sugieren que lo sospecharon cuando los
sorprendieron mirando con entusiasmo a determinados amigos o cuando los veían
muy preocupados por sus ropas (en ninguno de ambas circunstancias el dato podía
registrarse como indicador de homosexualidad), pero siempre brota la vivencia
del engaño como un ataque del cual la mujer ha sido víctima.
¿Ha habido intención de engañar
por parte del varón? Difícil saberlo, pero es fácil inferir cuales serían las
condiciones psicológicas del sujeto que debía asumir silenciosamente su
homosexualidad pulsante mientras demostraba vivir como un sujeto heterosexual
casado con mujer e hijos; probablemente hubiese escaso tiempo y espacio para
trampear a su compañera, ocupado como estaba en engañarse a sí mismo.
La victimización es el
lugar común de las mujeres que atraviesan esta situación que por cierto es
enervante y apuesta diversas salidas: quienes deciden mantenerse unidos,
mientras el marido cede su espacio y promete no tener relaciones con otros
hombre, concurriendo a médicos, psicólogos y grupos de autoayuda donde él dice
que lo ayudan, o bien mantienen la pareja sin que existan promesas por parte
del varón y entonces ella permanentemente lo acusa por su elección de vida, es
decir, la convivencia se convierte en el infierno, hasta que decidan separarse.
Cuando se separan comienza otra
batalla: ella le impide ver a los hijos “porque él vive con un tipo”. Lo
gravísimo de esta situación –y ya ha sido preciso intervenir técnicamente–
reside en que el juez también estuvo de acuerdo con que los niños no podían
visitar al padre porque vivía con un hombre y fue necesario recordarle cuáles
eran los Derechos del Niño más allá de lo que el juez (fundamentalista)
opinase.
El dolor de esas mujeres –las
que conocí– es oscuro y asfixiante, como si hubiesen sido emboscadas,
trampeadas, por “no haberse dado cuenta desde el principio”. Entonces, después
de la ira, aparece la furia contra ellas mismas.
Cada día quedan al descubierto
las presiones de las pulsiones sexuales y las maneras de desear de los sujetos,
así como sus decisiones de asumirlas en plenitud, más allá de sus compromisos
sociales. Las decisiones que antaño regían el orden social han sido
vulneradas y una correntada de deseos que fueron considerados degenerados y
anormales, avanza buscando su legitimidad sobre los ordenamientos familiares.
La consulta nos muestra la
inevitable desesperación de las mujeres ante el varón que ha decidido
sustituirla por un compañero masculino. El varón podrá quedarse a su lado
porque no se atreva a marcharse,y a vivir su homosexualidad o porque existen
compromisos que lo sujetan y porque la fuerza de la costumbre le permite amarla
como amiga; o bien podrá marcharse amando a otro hombre.
La certeza de los hechos es
arrasante y cotidiana: “Mi marido está enamorado de un varón y yo no sé qué
hacer”.
Las amigas y la madre a veces
le aconsejan: “Ya se le va a pasar, puede ser momentáneo, no le des
importancia…”
* Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
**Publicado en Página/12 el día 3 de enero de 2018
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