Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.
A. Machado[1]
A. Machado[1]
Por Vita Escardó.
En este artículo compartiré algunas reflexiones acerca de diferentes funciones que adquiere el acompañar en un contexto particular: El del Programa Las Víctimas contra las Violencias, dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. El objeto del Programa consiste en la atención a las víctimas de abusos o malos tratos, causados por ejercicio de violencias cualquiera fuese su naturaleza, en un ámbito de contención, seguridad y garantía de sus derechos. Este objetivo incluye la lucha contra el maltrato, explotación y prostitución infantil.
Desde el enunciado de sus objetivos el programa incluye a la función del Acompañar: “Atención, acompañamiento y asistencia a las víctimas de violencia familiar y sexual. Posicionamiento de las mismas en un lugar activo que implique su decisión de colaborar en tanto responsabilidad ciudadana”[2]. De allí el uso adrede del adverbio contra en el nombre del Programa. Eva Giberti, creadora y coordinadora del mismo, explica que ha elegido la conjunción contra, evitando de -que pasiviza a la víctima respecto de las violencias-. Si la víctima se ubica contra, se da cabida a su necesaria hostilidad, como un recurso de empoderamiento.
Esta propuesta inicial respecto del posicionamiento de la víctima supone un correlato en la calidad, estilo, del acompañamiento que propone, implicando a l@s profesionales en una actividad que no es neutral, sino que toma partido ideológicamente: desde la perspectiva de género y alineada con una política de Derechos Humanos.
Desde el vamos
En este artículo comparto reflexiones que siempre son sobre la marcha, porque la dinámica diaria del encuentro con las víctimas, con las violencias, con los efectos que esta tarea tiene sobre l@s profesionales, suele privilegiar la búsqueda de acciones sobre la práctica, más que una investigación profunda sobre una experiencia siempre cuestionada y cuestionadora, necesaria y urgente.
Participo desde 2006 del proceso de capacitación de l@s profesionales del Programa, en calidad de Psicodramatista. Inicialmente me propuse trabajar acerca de la construcción del rol profesional, ya que el Programa implicó un desafío para Psicólo@s y Trabajador@s sociales: responder la línea 137, acudir –en compañía de personal policial- al lugar donde la víctima se encuentra, concurrir a una comisaría donde se presenta una víctima de delitos contra la integridad sexual, intervenir ante denuncias de explotación sexual comercial infantil. Para l@s profesionales convocados las implicancias y alcances de esta modalidad exceden la formación teórica -que de por sí debe ser sólida-.
Aunque cada Brigada tiene su particular modo de funcionamiento, el factor común es el de la acción, término particularmente caro a la expresión escénica, por lo cual fui proponiendo ejercicios de role-playing que nos permitieran interrogar el rol del acompañar desde el como si de la escena.
El encuadre comienza cuando uds. llegan
Una primera diferencia surgió desde el planteo del encuadre. Tradicionalmente seguimos a Bleger[3], presuponiendo, especialmente desde la formación académica, una modalidad que parte del encuentro uno a uno en un ámbito repetido y propicio con pautas preacordadas. Pero en el Programa, l@s profesionales acuden a los lugares desde donde las víctimas llaman pidiendo asistencia, en un primer movimiento posible contra la violencia de la que son objeto, es decir subjetivante, frente a la irrupción traumática de la violencia física y psíquica.
Algunas veces la entrevista se lleva a cabo mientras el personal policial constata si la presencia del agresor es inminente. Otras, se acompaña a la víctima a buscar sus documentos y una muda de ropa para ella y varios niños en riesgo. Las esperas en dependencias policiales y judiciales darán más tiempo para indagar acerca de otras coordenadas. ¿Qué se acompaña allí entonces? Se apuntala ese primer movimiento de denuncia, de poder decir basta, esa iniciativa de romper el círculo de la violencia. Se busca el empoderamiento de la víctima. La posibilidad de aliarse con aquel aspecto positivo que pretende poner fin al padecimiento. ¿Este apuntalamiento logrará sostener la actitud de la víctima con continuidad en el tiempo? Nunca se sabe. Se trata de poder poner allí palabras, gestos, algo (que también abreva en la creatividad del profesional) que haga una diferencia, una marca, en un proceso que es previo a esa intervención.
Es un acompañar, entonces, desde la alianza.
“Es que no hay demanda”
En uno de los role-playing que propuse, el como si escénico no lograba una veracidad operativa para construir una experiencia posible acerca del rol que debíamos comenzar a construir: la psicóloga observaba, en abstinencia prescripta, a una víctima de violación que no se atrevía a hablarle. El contexto supuesto era una comisaría, dependencia desde la que se solicita la presencia del Equipo para acompañar a la víctima en una sucesión burocrática necesaria para la posterior identificación y castigo del delincuente. Detuve la escena y pregunté a la psicóloga qué pasaba. “Es que no hay demanda” me respondió. Y no. En términos psicoanalíticos no la había ni debía esperarse que así fuera. El delito por sí mismo es suficiente demanda para el Estado. La respuesta debe darse en términos de asistencia jurídica, psicológica, médica. La elaboración, en términos psicológicos, será una instancia posterior, si la víctima accede a un tratamiento postraumático (si elige una terapia psicoanalítica, podrá plantearse allí el tema de la demanda en dichos términos)
La importancia de la denuncia reside en que desde allí se plantea el daño. Obviamente el daño existe más allá de la denuncia, está en la carne de todos los abusos silenciados transgeneracionalmente y en los síntomas que las familias portan, derivados de estos silencios. Me refiero al daño considerado como materia jurídica, es decir, pasible de reparación. Para la víctima, la identificación del agresor, su nominación como delincuente y la pena que se le imponga, son parte de la reparación que puede proveer el Estado. La otra, la del cuerpo, la de la psiquis profunda, tienen otras posibilidades, ligadas con lo privado y también con lo público, desde que hay hospitales que pueden proveerla.
Es un acompañar, entonces, desde la reparación. Allí l@s profesionales son parte de la voz del Estado en el acompañar.
Desde el enunciado de sus objetivos el programa incluye a la función del Acompañar: “Atención, acompañamiento y asistencia a las víctimas de violencia familiar y sexual. Posicionamiento de las mismas en un lugar activo que implique su decisión de colaborar en tanto responsabilidad ciudadana”[2]. De allí el uso adrede del adverbio contra en el nombre del Programa. Eva Giberti, creadora y coordinadora del mismo, explica que ha elegido la conjunción contra, evitando de -que pasiviza a la víctima respecto de las violencias-. Si la víctima se ubica contra, se da cabida a su necesaria hostilidad, como un recurso de empoderamiento.
Esta propuesta inicial respecto del posicionamiento de la víctima supone un correlato en la calidad, estilo, del acompañamiento que propone, implicando a l@s profesionales en una actividad que no es neutral, sino que toma partido ideológicamente: desde la perspectiva de género y alineada con una política de Derechos Humanos.
Desde el vamos
En este artículo comparto reflexiones que siempre son sobre la marcha, porque la dinámica diaria del encuentro con las víctimas, con las violencias, con los efectos que esta tarea tiene sobre l@s profesionales, suele privilegiar la búsqueda de acciones sobre la práctica, más que una investigación profunda sobre una experiencia siempre cuestionada y cuestionadora, necesaria y urgente.
Participo desde 2006 del proceso de capacitación de l@s profesionales del Programa, en calidad de Psicodramatista. Inicialmente me propuse trabajar acerca de la construcción del rol profesional, ya que el Programa implicó un desafío para Psicólo@s y Trabajador@s sociales: responder la línea 137, acudir –en compañía de personal policial- al lugar donde la víctima se encuentra, concurrir a una comisaría donde se presenta una víctima de delitos contra la integridad sexual, intervenir ante denuncias de explotación sexual comercial infantil. Para l@s profesionales convocados las implicancias y alcances de esta modalidad exceden la formación teórica -que de por sí debe ser sólida-.
Aunque cada Brigada tiene su particular modo de funcionamiento, el factor común es el de la acción, término particularmente caro a la expresión escénica, por lo cual fui proponiendo ejercicios de role-playing que nos permitieran interrogar el rol del acompañar desde el como si de la escena.
El encuadre comienza cuando uds. llegan
Una primera diferencia surgió desde el planteo del encuadre. Tradicionalmente seguimos a Bleger[3], presuponiendo, especialmente desde la formación académica, una modalidad que parte del encuentro uno a uno en un ámbito repetido y propicio con pautas preacordadas. Pero en el Programa, l@s profesionales acuden a los lugares desde donde las víctimas llaman pidiendo asistencia, en un primer movimiento posible contra la violencia de la que son objeto, es decir subjetivante, frente a la irrupción traumática de la violencia física y psíquica.
Algunas veces la entrevista se lleva a cabo mientras el personal policial constata si la presencia del agresor es inminente. Otras, se acompaña a la víctima a buscar sus documentos y una muda de ropa para ella y varios niños en riesgo. Las esperas en dependencias policiales y judiciales darán más tiempo para indagar acerca de otras coordenadas. ¿Qué se acompaña allí entonces? Se apuntala ese primer movimiento de denuncia, de poder decir basta, esa iniciativa de romper el círculo de la violencia. Se busca el empoderamiento de la víctima. La posibilidad de aliarse con aquel aspecto positivo que pretende poner fin al padecimiento. ¿Este apuntalamiento logrará sostener la actitud de la víctima con continuidad en el tiempo? Nunca se sabe. Se trata de poder poner allí palabras, gestos, algo (que también abreva en la creatividad del profesional) que haga una diferencia, una marca, en un proceso que es previo a esa intervención.
Es un acompañar, entonces, desde la alianza.
“Es que no hay demanda”
En uno de los role-playing que propuse, el como si escénico no lograba una veracidad operativa para construir una experiencia posible acerca del rol que debíamos comenzar a construir: la psicóloga observaba, en abstinencia prescripta, a una víctima de violación que no se atrevía a hablarle. El contexto supuesto era una comisaría, dependencia desde la que se solicita la presencia del Equipo para acompañar a la víctima en una sucesión burocrática necesaria para la posterior identificación y castigo del delincuente. Detuve la escena y pregunté a la psicóloga qué pasaba. “Es que no hay demanda” me respondió. Y no. En términos psicoanalíticos no la había ni debía esperarse que así fuera. El delito por sí mismo es suficiente demanda para el Estado. La respuesta debe darse en términos de asistencia jurídica, psicológica, médica. La elaboración, en términos psicológicos, será una instancia posterior, si la víctima accede a un tratamiento postraumático (si elige una terapia psicoanalítica, podrá plantearse allí el tema de la demanda en dichos términos)
La importancia de la denuncia reside en que desde allí se plantea el daño. Obviamente el daño existe más allá de la denuncia, está en la carne de todos los abusos silenciados transgeneracionalmente y en los síntomas que las familias portan, derivados de estos silencios. Me refiero al daño considerado como materia jurídica, es decir, pasible de reparación. Para la víctima, la identificación del agresor, su nominación como delincuente y la pena que se le imponga, son parte de la reparación que puede proveer el Estado. La otra, la del cuerpo, la de la psiquis profunda, tienen otras posibilidades, ligadas con lo privado y también con lo público, desde que hay hospitales que pueden proveerla.
Es un acompañar, entonces, desde la reparación. Allí l@s profesionales son parte de la voz del Estado en el acompañar.
De igual a igual
Según las estadísticas del Programa, el 80% de las víctimas son mujeres. Dentro del 20 % que incluye a los varones debe considerarse un alto porcentaje de niños victimizados. Respecto de los agresores, el 85 % son varones.
E. Giberti[4] analiza este patrón cultural como parte de determinado imaginario según el cual atributos como inteligencia superior, capacidad de mando y valentía son privativos del género masculino. El sujeto violento abusa de estos atributos, reaccionando cuando ante sus ojos ciertos datos de la realidad denotan diferencia. Le resultan insoportables, hasta el punto de pretender excluir de su vista a quienes no acatan su orden. La desobediencia desafía su valoración narcisista como único dueño de la verdad y cualquier alteración del orden despótico así impuesto derivará en violencia sistemática, en un intento por borrar las diferencias, atribuyéndose la “verdad” y la “bondad”.
L. Álvarez[5] plantea que, aún pretendida como “puesta de límite” la violencia no es borde sino desborde. Se trata del ejercicio de poder de uno sobre otr@s como puro objeto de descarga, sin lograr reconocerlos como sujetos de deseo. Son actos y discursos en los que el otro queda reducido a una situación de impotencia e indiferenciación. En términos lacanianos: el crudo real invade la escena. El sujeto violento es el único portador de la Ley, caprichosamente ejercida sobre otros no considerados como semejantes sino como objetos de goce.
Cuando una víctima logra llamar al 137 (también puede hacerlo un vecino), la intervención del Estado proporciona una Ley superior a la de este padre de la horda, la Ley simbólica que compartimos como ciudadanos iguales en derechos y deberes. Como sujetos de la cultura, que debe poder regular la violencia entre sus miembros. Ese llamado resulta de una falla en la naturalización de la violencia padecida y de la reiterada vivencia cosificante. La víctima toma la palabra por sí misma.
Luego será hablada nuevamente por el discurso jurídico y por el discurso médico en un estatus cuya nominación porta el daño sufrido: víctima. En esa primera instancia de denuncia e inicio del movimiento de reclamo por los propios derechos es que l@s profesionales del Programa activan el adverbio contra. Son allí testigo y estímulo de la palabra que subjetiviza, otorga sentido y nomina la situación desde una legalidad exterior a la de la viscosidad de la violencia. La víctima, en ese entre estar indiferenciada de la pulsión de muerte ejercida por el agresor y ser hablada por el discurso institucional, habla por sí misma. El acompañar de l@s profesionales del Programa entonces, propicia una emergencia subjetivizante. Y a través de los informes que entrega al Poder Judicial o al Ministerio Público (defensores y fiscales), sostiene y hace presente la palabra de la víctima. L@s brigadistas son testigos de este primer relato, por lo que, en algunas oportunidades, estos informes se expresan como declaraciones solicitadas por un magistrado. En el cuidado y evaluación del caso por caso, sus intervenciones evidencian la diferencia subjetiva que la situación violenta pretendía soslayar.
Según las estadísticas del Programa, el 80% de las víctimas son mujeres. Dentro del 20 % que incluye a los varones debe considerarse un alto porcentaje de niños victimizados. Respecto de los agresores, el 85 % son varones.
E. Giberti[4] analiza este patrón cultural como parte de determinado imaginario según el cual atributos como inteligencia superior, capacidad de mando y valentía son privativos del género masculino. El sujeto violento abusa de estos atributos, reaccionando cuando ante sus ojos ciertos datos de la realidad denotan diferencia. Le resultan insoportables, hasta el punto de pretender excluir de su vista a quienes no acatan su orden. La desobediencia desafía su valoración narcisista como único dueño de la verdad y cualquier alteración del orden despótico así impuesto derivará en violencia sistemática, en un intento por borrar las diferencias, atribuyéndose la “verdad” y la “bondad”.
L. Álvarez[5] plantea que, aún pretendida como “puesta de límite” la violencia no es borde sino desborde. Se trata del ejercicio de poder de uno sobre otr@s como puro objeto de descarga, sin lograr reconocerlos como sujetos de deseo. Son actos y discursos en los que el otro queda reducido a una situación de impotencia e indiferenciación. En términos lacanianos: el crudo real invade la escena. El sujeto violento es el único portador de la Ley, caprichosamente ejercida sobre otros no considerados como semejantes sino como objetos de goce.
Cuando una víctima logra llamar al 137 (también puede hacerlo un vecino), la intervención del Estado proporciona una Ley superior a la de este padre de la horda, la Ley simbólica que compartimos como ciudadanos iguales en derechos y deberes. Como sujetos de la cultura, que debe poder regular la violencia entre sus miembros. Ese llamado resulta de una falla en la naturalización de la violencia padecida y de la reiterada vivencia cosificante. La víctima toma la palabra por sí misma.
Luego será hablada nuevamente por el discurso jurídico y por el discurso médico en un estatus cuya nominación porta el daño sufrido: víctima. En esa primera instancia de denuncia e inicio del movimiento de reclamo por los propios derechos es que l@s profesionales del Programa activan el adverbio contra. Son allí testigo y estímulo de la palabra que subjetiviza, otorga sentido y nomina la situación desde una legalidad exterior a la de la viscosidad de la violencia. La víctima, en ese entre estar indiferenciada de la pulsión de muerte ejercida por el agresor y ser hablada por el discurso institucional, habla por sí misma. El acompañar de l@s profesionales del Programa entonces, propicia una emergencia subjetivizante. Y a través de los informes que entrega al Poder Judicial o al Ministerio Público (defensores y fiscales), sostiene y hace presente la palabra de la víctima. L@s brigadistas son testigos de este primer relato, por lo que, en algunas oportunidades, estos informes se expresan como declaraciones solicitadas por un magistrado. En el cuidado y evaluación del caso por caso, sus intervenciones evidencian la diferencia subjetiva que la situación violenta pretendía soslayar.
Un acompañar activo
Resulta en algún punto paradojal que un Programa generado por el Estado se ocupe de evitar revictimizaciones por parte de diversos organismos que también dependen del Estado: hospitales, comisarías, dependencias judiciales, por ejemplo. Nuestra realidad institucional requiere una fortaleza psíquica que una víctima en pleno estrés postraumático encuentra en jaque. En muchos casos hay que exigir que se efectivicen las prácticas prescriptas, se cumplan los protocolos adecuados y protectores.
Los motivos por los cuales l@s profesionales se resisten a llevar a cabo estas instancias prescriptas por la Ley serían tema para otros artículos: prejuicio, inadecuado sostén institucional, ignorancia, burn-out. El contexto del patriarcado en que dichas instituciones están insertas enmarca en buena medida estas revictimizaciones. Los encuentros internacionales en torno de la violencia familiar y de género señalan este efecto como globalizado. (Como ejemplo, en la publicación de la Universidad Autónoma de México, organizada en torno del debate con miras a promulgar leyes de violencia de género y violencia familiar, en ese país, L. Falcón[6] relata las dificultades y resistencias activas que la promulgación de la Ley de Género implicó en España, incluyendo un posterior aumento de femicidios. Señala a la ineficacia legal como principal fuente de desánimo para las víctimas.)
Sobre esta realidad se entrama el acompañar. Hay que estar allí, intentando generar alivio en un contexto desmoralizante. La brigada de Asistencia a Víctimas de Delitos contra a Integridad Sexual, luego de varios meses de trabajo dramatizó esta escena: las profesionales, munidas de un escudo, atravesaban el escenario protegiendo a la víctima de su propia familia, que le reprochaba por su vestimenta provocativa, de la policía que se resistía a tomar la denuncia, del juez que pretendía indagar si ella habría ingerido alcohol previamente al hecho y del médico del hospital que ignoraba cómo administrar el protocolo de prevención de ETS, embarazo y HIV
El rol que habían desplegado en el ejercicio de la tarea ligaba el acompañar con la contienda, además del sentido de estar presente junto a alguien.
Es, entonces, un acompañar activo.
Resulta en algún punto paradojal que un Programa generado por el Estado se ocupe de evitar revictimizaciones por parte de diversos organismos que también dependen del Estado: hospitales, comisarías, dependencias judiciales, por ejemplo. Nuestra realidad institucional requiere una fortaleza psíquica que una víctima en pleno estrés postraumático encuentra en jaque. En muchos casos hay que exigir que se efectivicen las prácticas prescriptas, se cumplan los protocolos adecuados y protectores.
Los motivos por los cuales l@s profesionales se resisten a llevar a cabo estas instancias prescriptas por la Ley serían tema para otros artículos: prejuicio, inadecuado sostén institucional, ignorancia, burn-out. El contexto del patriarcado en que dichas instituciones están insertas enmarca en buena medida estas revictimizaciones. Los encuentros internacionales en torno de la violencia familiar y de género señalan este efecto como globalizado. (Como ejemplo, en la publicación de la Universidad Autónoma de México, organizada en torno del debate con miras a promulgar leyes de violencia de género y violencia familiar, en ese país, L. Falcón[6] relata las dificultades y resistencias activas que la promulgación de la Ley de Género implicó en España, incluyendo un posterior aumento de femicidios. Señala a la ineficacia legal como principal fuente de desánimo para las víctimas.)
Sobre esta realidad se entrama el acompañar. Hay que estar allí, intentando generar alivio en un contexto desmoralizante. La brigada de Asistencia a Víctimas de Delitos contra a Integridad Sexual, luego de varios meses de trabajo dramatizó esta escena: las profesionales, munidas de un escudo, atravesaban el escenario protegiendo a la víctima de su propia familia, que le reprochaba por su vestimenta provocativa, de la policía que se resistía a tomar la denuncia, del juez que pretendía indagar si ella habría ingerido alcohol previamente al hecho y del médico del hospital que ignoraba cómo administrar el protocolo de prevención de ETS, embarazo y HIV
El rol que habían desplegado en el ejercicio de la tarea ligaba el acompañar con la contienda, además del sentido de estar presente junto a alguien.
Es, entonces, un acompañar activo.
Los alcances del acompañar
Con el tiempo, mi tarea se fue ampliando a la de acompañar activamente a quienes acompañan, por lo que bauticé al espacio “Cuidado de los cuidadores”, intentando abarcar algunos objetivos: prevenir efectos de burn-out, desarrollar capacidades creativas como alternativa de la alienación laboral, reflexionar acerca de la tarea y su complejidad, sostener un espacio para drenar frustraciones. Básicamente, intento estar presente para aliviar los efectos físicos y psíquicos de la tarea, proponiendo un repertorio de actividades ligadas con lo artístico, promoviendo la reflexión y, cuando surge, dando la bienvenida a posibles resignificaciones de estos efectos.
El Programa ha propuesto roles particulares y muy novedosos para psicólog@s y trabajador@s sociales, incorporándolos al trabajo en la urgencia y emergencia con y en la comunidad, dentro de una temática muy compleja y que, necesariamente, precisa del abordaje interdisciplinario. Requiere un determinado posicionamiento ético e ideológico y vocación por el trabajo de campo. Psicólogos y psicólogas del Programa aportan una mirada profesional que no se desenvuelve en el terreno terapéutico propiamente dicho y que desliza el significante paciente hacia otro tipo de práctica, no exenta de efectos terapéuticos, sin embargo. Que el reconocer a otr@ como ciudadan@, también puede resultar curativo.
Y, aunque no resulte sencillo aceptar la vulnerabilidad, la duda, la zozobra, la posibilidad de reunirse con los pares permite intentar nuevas significaciones para el malestar que forma parte de esta labor, en permanente contacto con aquello que como sociedad preferiríamos barrer bajo la alfombra, estereotipándolo como patologías individuales o pretendidas prácticas “culturales” de ciertos grupos socioeconómicos, entre otros prejuicios.
Afortunadamente, aquellos profesionales que apuestan a una mirada ampliada, encuentran que también es posible dejarse acompañar y aceptar el alivio sin perder capacidad crítica. Al decir de César Fernández Moreno: “la lluvia te acompaña/aunque no estés solo”.[7]
Con el tiempo, mi tarea se fue ampliando a la de acompañar activamente a quienes acompañan, por lo que bauticé al espacio “Cuidado de los cuidadores”, intentando abarcar algunos objetivos: prevenir efectos de burn-out, desarrollar capacidades creativas como alternativa de la alienación laboral, reflexionar acerca de la tarea y su complejidad, sostener un espacio para drenar frustraciones. Básicamente, intento estar presente para aliviar los efectos físicos y psíquicos de la tarea, proponiendo un repertorio de actividades ligadas con lo artístico, promoviendo la reflexión y, cuando surge, dando la bienvenida a posibles resignificaciones de estos efectos.
El Programa ha propuesto roles particulares y muy novedosos para psicólog@s y trabajador@s sociales, incorporándolos al trabajo en la urgencia y emergencia con y en la comunidad, dentro de una temática muy compleja y que, necesariamente, precisa del abordaje interdisciplinario. Requiere un determinado posicionamiento ético e ideológico y vocación por el trabajo de campo. Psicólogos y psicólogas del Programa aportan una mirada profesional que no se desenvuelve en el terreno terapéutico propiamente dicho y que desliza el significante paciente hacia otro tipo de práctica, no exenta de efectos terapéuticos, sin embargo. Que el reconocer a otr@ como ciudadan@, también puede resultar curativo.
Y, aunque no resulte sencillo aceptar la vulnerabilidad, la duda, la zozobra, la posibilidad de reunirse con los pares permite intentar nuevas significaciones para el malestar que forma parte de esta labor, en permanente contacto con aquello que como sociedad preferiríamos barrer bajo la alfombra, estereotipándolo como patologías individuales o pretendidas prácticas “culturales” de ciertos grupos socioeconómicos, entre otros prejuicios.
Afortunadamente, aquellos profesionales que apuestan a una mirada ampliada, encuentran que también es posible dejarse acompañar y aceptar el alivio sin perder capacidad crítica. Al decir de César Fernández Moreno: “la lluvia te acompaña/aunque no estés solo”.[7]
[1] Machado, A.: CLXI Proverbios y cantares, (LXXXI) en Poesías Completas, Duodécima Edición, Colección Austral Nº 149, Espasa Calpe, Madrid, 1969.
[3] Bleger, J.: Temas de Psicología (entrevista y grupos). Nueva Visión, Bs. As. ,1972.
[4] Giberti, E.: La familia a pesar de todo, Ed. Noveduc, Bs. As., 2005.
[5] Álvarez, L.: Espacio judicial–espacio familiar ¿Por qué la violencia? Revista de A.P.F.R.A. Bs. As., junio 1993.
[6] Falcón, L.: Hacer los derechos realidad. Sobre la violencia contra las mujeres. En Violencia familiar y violencia de género. Intercambio de experiencias internacionales, Coord. María Jiménez, Dirección General de Igualdad y Diversidad Social, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2007.
[7] Fernández Moreno, C.: Ambages completo., Ediciones De la Flor, Bs. As., 1992.
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