El Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, con la coordinación de la Dra. Eva Giberti, tiene como finalidad principal poner en conocimiento de la víctimas cuáles son sus derechos para exigirle al Estado el respeto de los mismos y la sanción de las personas violentas que la hayan agredido. De este modo, se busca que la víctima supere su pasividad y reclame por sus derechos.

lunes, 31 de enero de 2011

Estadisticas Diciembre 2010

Informe correspondiente al mes de Diciembre de 2010
Brigada Móvil de Atención a Víctimas de Violencia Familiar

Las estadisticas correspondientes al mes de Diciembre de 2010, obtenidas de la Línea 137, evidencian un aumento de casos de violencia familiar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en comparación con el mes de Noviembre de 2010.
Los datos sobresalientes son:

- Aumentó un 2,9% (n=31) la cantidad de llamados telefónicos totales.

- Aumentó 12% (n=62) la cantidad de llamados de primera vez.

- Se mantiene el promedio anual de intervenciones domiciliarias totales.

- Se mantiene el promedio anual de víctimas atendidas.

- Aumentó la cantidad de agresores “vínculo ex pareja” respecto de la víctima femenina en un 38% n=26 vs. n=16 casos del mes pasado.

EVA GIBERTI: “Hace 5 o 6 meses que se incrementaron las amenazas de quemar mujeres vivas”


MAGDALENA TEMPRANISIMO - Radio CONTINENTAL AM 590 -
31 de Enero de 2011:

Para Eva Giberti, “los medios de comunicación están advirtiendo sobre las nuevas formas de crueldad que el género masculino está utilizando con las mujeres”.
“Al 137 nos están llamando mujeres denunciando que están aterrorizadas porque el novio o compañero las amenaza con quemarlas vivas. Está amenaza se ha incrementado hace cinco o seis meses”, alertó la coordinadora del Programa Las Víctimas Contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
“Ante la amenaza aparecemos y cada sentado que acudió a alguien”, recordó en Magdalena Tempranísimo.

EVA GIBERTI: "La trata existe porque hay hombres que son violadores sistematicos"

http://www.youtube.com/watch?v=4Q1cr2iUEdw

La Dra. Eva Giberti, Coordinadora del Programa "Las Víctimas contra las Violencias" del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, destacó la importancia de llamar las cosas por su nombre y sostiene que "cliente" es como se tiene que denominar a los hombres que --en tanto usuarios- alimentan el círculo de explotación sexual.

martes, 18 de enero de 2011

La mujer policía dice que sufrió torturas

Había denunciado a su ex pareja, un agente, y estuvo cuatro días desaparecida. La joven apareció ayer a la madrugada en Liniers, descalza y en medio de una crisis nerviosa. La internaron en el Churruca. Sus padres denunciaron que fue “golpeada y torturada”. El director del hospital, en cambio, dijo que estaba bien.

Página 12. "Sociedad".
Martes, 18 de Enero de 2011.
Por Carlos Rodríguez.

Verónica Maidana, de 29 años, la mujer policía cuya desaparición fue denunciada el miércoles pasado por sus padres, fue encontrada ayer a la madrugada en la zona del barrio porteño de Liniers, descalza y en medio de una crisis nerviosa.

Primero fue asistida en el Hospital Vélez Sarsfield y luego en el Churruca, donde por la tarde fue dada de alta. Sus padres, Silvia y Juan Maidana, aseguraron que la tuvieron secuestrada en un lugar que desconocen y que allí fue “golpeada y torturada”, motivo por el cual estaba “débil y muy angustiada”. La madre recordó que la desaparición se produjo luego de que Verónica denunciara a su ex pareja, también policía, por “liberar una zona” en el centro de la ciudad, para que se cometieran delitos. El director del hospital policial Churruca, Pedro Iglesias, sostuvo –en contra de lo dicho por los padres– que la joven está “en perfecto estado de salud”, en lo físico, aunque “algo nerviosa, como es lógico”. Consultado sobre supuestos signos de tortura que Maidana tendría en los pies, aseguró que sólo comprobaron la existencia de “vesículas o ampollas que podrían haber sido causadas por el calzado”. Al insistir la prensa, Iglesias admitió que era imposible “confirmar ni desmentir” las supuestas torturas, hasta que no se haga un examen específico.

Fuentes de la Policía Federal relativizaron la veracidad de la denuncia que Maidana realizó en contra de su ex marido, Adrián Osvaldo Arias, de la comisaría primera, quien fue pasado a disponibilidad preventiva y de quien se aclaró que es “un agente raso que no tiene el grado de oficial mencionado en los medios”. El vocero de la fuerza, consultado por Página/12, se limitó a decir que “la veracidad o no de la denuncia contra Arias se sabrá cuando ella declare ante la Justicia”. Al mismo tiempo, desde el Ministerio de Seguridad se solicitó la intervención del Cuerpo Interdisciplinario de Protección Contra la Violencia Familiar, que conduce Eva Giberti, para que tome contacto personal con Verónica Maidana, a fin de tener un informe directo y detallado sobre lo sucedido.

Los padres de la joven aseguraron ayer que su hija fue “llevada por la fuerza” a un lugar que no identificaron, que allí sufrió “golpes en distintos lugares del cuerpo y quemaduras” en los pies. “¿La torturaron?”, preguntó un cronista a la mamá de la joven policía. “Sí”, fue la respuesta de la mujer, quien eludió dar más detalles. En todo momento se la notó nerviosa, como si no quisiera profundizar sobre algunos temas relacionados con la situación de su hija.

Ayer, Silvia, la mamá, ratificó que antes de la desaparición, el miércoles pasado, su hija había denunciado a su ex pareja, el agente Arias, por liberar zonas para delinquir. Asediada por la prensa, la madre eludió repetir lo que ya había denunciado públicamente y se limitó a decir que su hija “estaba bien, a pesar de estar golpeada, y está fuerte como para seguir en la fuerza, a pesar de lo sucedido”. Silvia agregó, sobre ese punto, que “ella quiere seguir, aunque yo le pedí que renunciara”.

Verónica Maidana apareció cerca de la una de la madrugada de ayer en la calle Madero al 100, a una cuadra de la estación de trenes de Liniers. Caminaba “como si estuviera perdida”. Estaba descalza, vestía un pantalón azul y una remera blanca. Llevaba consigo su arma reglamentaria, según dijeron las fuentes policiales. En ese estado la vio el custodio de una empresa de seguridad que acompañaba a un camión de transporte de mercaderías y dio aviso al 911.

Primero la llevaron al Hospital Vélez Sarsfield y luego al Churruca, donde quedó internada en observación hasta que le dieron el alta, pasadas las 19 de ayer.

El médico Pedro Iglesias informó que la llevaron al Churruca “cerca de las 3 de la mañana con una crisis de nervios. Ahora se encuentra en perfecto estado, presenta unas pequeñas vesículas o ampollas en ambos pies”. También tenía una contusión en el dedo meñique de la mano derecha. Iglesias negó la existencia de golpes en otros lugares del cuerpo.

Sobre las lesiones en los pies, explicó que “no se puede decir si son producto de un tormento o si es el mismo calzado que las produce”. Agregó que la agente “no presenta signos de deshidratación ni de haber permanecido atada”. De esa forma refutó lo dicho por la madre de la joven en el sentido de que había estado “cuatro días sin comer ni beber nada”.

Fue llamativo que los padres de Verónica Maidana, al hablar con la prensa, hayan eludido referirse en forma directa a la denuncia formulada en contra del agente Arias. La semana pasada, Silvia, la mamá, había insistido en que su hija recibió amenazas luego de formular esa denuncia contra su ex pareja ante la oficina de Asuntos Internos de la Federal.

“Hasta que ella no declare ante la Justicia, no vamos a tener total certeza sobre si es verdad o no la denuncia que hizo contra su ex marido. Todos sabemos que cuando una pareja anda bien todo está bien y cuando se produce una separación, hay heridas que salen a la luz y en ese marco, las cosas pueden desvirtuarse o no. Eso lo tiene que determinar la Justicia”, insistió el vocero de la Federal. “Arias va a seguir en disponibilidad, sin cumplir funciones, hasta que se esclarezca todo lo sucedido”, dijo la fuente de la Federal. En la causa intervienen la fiscal Patricia Evers y el juez de instrucción Luis Zelaya.

Además del episodio actual, Verónica Maidana tiene otro antecedente negativo en su paso por la Federal. En febrero de 2007, como resultado de un “baile”, como se denominan esos castigos de resistencia física a los que a veces son sometidos los soldados o los policías, 22 cadetes de la Escuela Ramón L. Falcón terminaron internados en el Churruca.

Todos terminaron deshidratados y con serios problemas de salud. En el grupo había diez mujeres, una de ellas Verónica Maidana, como confirmó ayer su madre. “Sí, le pasó a ella. Por el esfuerzo hoy no puede sostener mucho su brazo derecho y eso le impide hacer el saludo uno”, uno de los rituales primarios en las formaciones policiales o militares.

jueves, 13 de enero de 2011

¿Quién escucha al golpeador?

Una mirada desde adentro que muestra cómo funciona el programa Las Víctimas contra las Violencias y el periplo que continúa a una denuncia. El papel de las Brigadas contra la Violencia Familiar. Cómo se presentan a sí mismo los violentos. El relato de los hijos.

Por Eva Giberti.
Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias.
Publicado en Página 12. "Sociedad".
Viernes, 30 de Julio de 2010.

El hombre se acercó a la empleada administrativa, exaltado: “¿Cuándo me van a atender? Hace media hora que espero...”. Una mujer sesentona y corpulenta que lo acompañaba, y que era su mamá, subrayó, con el mismo modo: “¡Yo no voy a perder aquí toda la mañana! ¡Y quiero que me escuchen para que se sepa la verdad!”

Eran las 11.15. Habían sido convocados ese día a las 11, según constaba en la citación que mostraban. El policía de guardia, entrenado en esas escenas, se limitó a mirarlos. La empleada administrativa, detrás de la ventanilla, respondió: “Están demorados unos minutos, ya los van a atender...”.

En ese mismo momento una profesional llamó al hombre y le pidió a la señora que esperara. Otra vez discusión: “Yo quiero entrar con él, porque él es demasiado bueno y no va a contar toda la verdad, lo que le ha hecho vivir la loca de su mujer durante años...”.

Le explicaron: “Ya la vamos a escuchar, señora. Primero pasa el señor”.

Escena reiterada. ¿Dónde? En el Cuerpo Interdisciplinario contra la Violencia Familiar, que depende del Programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos.

Este Cuerpo Interdisciplinario cuenta con abogados, psicólogos, trabajadoras sociales y un agente policial en la puerta de ingreso al local.

Fue creado por el Art. 6º del Decreto Nº 235/96, reglamentario de la Ley 24.417 de Protección contra la Violencia Familiar y comenzó a funcionar el día 4 de noviembre de 1997.

Era convocado por los Juzgados de Familia y/o Defensorías Nacionales y recibe los expedientes iniciados en los Juzgados Nacionales de Primera Instancia en lo Civil por denuncias relacionadas con violencia familiar. Actualmente sus miembros asumen los expedientes con las denuncias recibidas en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, derivados por los jueces, donde se ha labrado un acta con los dichos de el o la denunciante. En esa instancia se confecciona un informe que describe la situación en que se encuentra la supuesta víctima.

Durante las últimas décadas, en las cuales se posicionó la violencia familiar como un delito que ya no podía mantenerse encerrado puertas adentro, se colocó el énfasis en las víctimas del violento. Hoy en día el tema se ha instalado en la agenda informativa. Y la tarea pionera, que iniciaron diversas instituciones en la década del ’80, actualmente no constituye secreto doméstico, ya que los medios difunden datos a escala mundial referidos a la violencia contra las mujeres en el ámbito familiar.

Acerca de esta política es imprescindible advertir que estamos frente a violencia de género, aunque mantengamos las tradicionales nomenclaturas de violencia doméstica, familiar o conyugal. Utilizar este lenguaje arriesga disimular o tornar invisible la desigualdad de género que constituye el eje del problema del cual la violencia familiar es un indicador. Feroz y a veces homicida, razón por la cual lo atendemos, pero sin distraernos: es un recurso o instrumento destinado a mantener las características de las relaciones entre hombres y mujeres, reguladas por la desigualdad y la explotación de las mujeres que se expresa en múltiples niveles, uno de cuyos paradigmas es el golpeador. Frente al cual la ley garantiza su derecho a la defensa y a la apelación.

¿Quién escucha al golpeador?

Puede contar con un defensor una vez que la denuncia se ha judicializado. ¿Quién atiende a su defensor que se presenta reiteradamente “para apurar el expediente”?

Lo hace el Cuerpo Interdisciplinario que desde el año 2008 –y después de numerosos avatares técnicos y administrativos– ingresó como parte del Programa Las Víctimas contra las Violencias y fue modificado por nosotros en su filosofía y procedimientos: es el encargado de cerrar el circuito de estudios y diagnóstico que el juez precisa para sentenciar al violento, una vez que se evaluó el riesgo intrafamiliar para la víctima, sus hijos y la convivencia de acuerdo con lo que la ley indica. Lo cual sólo constituye un segmento de la atención que merece la violencia de género y el ejercicio del poder patriarcal del cual las pautas de la Justicia son tributarias.

Se supone que una vez instalada la denuncia de la víctima en el ámbito de la Justicia es suficiente, porque Su Señoria excluyó del hogar al golpeador durante tres meses. ¿El golpeador permanecerá silencioso sin demandar ser escuchado? No se queda tranquilo, a menudo ronda la casa de la que fue separado, pretende volver con su mujer usando intermediarios o la manda amenazar.

Este es un punto de inflexión, significativamente ausente de la mayoría de las prédicas y descripciones referidas al tema violencia familiar, que finalizan sin mencionar la continuidad del circuito de la violencia más allá de la exclusión del hogar.

El que ha delinquido busca ser escuchado y la ley indica que deberá ser evaluada la peligrosidad de la convivencia familiar. Si los equipos técnicos de los juzgados y los peritos judiciales no son convocados o no alcanzan a cubrir la multitud de historiales que deben atender, el Cuerpo Interdisciplinario, por mandato del juez, tiene obligación de realizar el diagnóstico de violencia intrafamiliar para que Su Señoría cuente con otros elementos, más allá de la denuncia inicial, y saber qué sucedió durante la vida de esa organización familiar.

La familia cercana del violento y la vivienda compartida

Motivo por el cual no solamente escuchamos al golpeador sino también citamos a miembros de su familia: su madre o padre, hermanos, hijos y a la propia víctima. A partir de allí, la violencia familiar pone entre paréntesis la posición de víctima/victimario para desarrollarse en una escena que se desenvuelve delante nuestro según lo que vemos y lo que escuchamos.

Ya no se trata de una víctima narrando su historia, sino de un paisaje de violencia en el que los vecinos –con los que se conversa en la visita domiciliaria– excede notoriamente de lo que habitualmente se analiza. Sus momentos e historias se enhebran según la usanza y modalidad de los orígenes institucionales de la familia que incluía a los parientes, los siervos y la corresidencia, dirigida y comandada por el pater.

De este modo, la señora sesentona, madre del golpeador y suegra de la denunciante, que encaraba con agresivos modales a la empleada administrativa, se sienta delante de una psicóloga y de una trabajadora social, si es que una abogada no ha debido intervenir previamente para explicarle las características del expediente que se tramita. Entonces surge la “denuncia grave” contra su nuera: “Sólo le interesaba salir a pasear, nunca se ocupaba de mi hijo ni de los chicos.

Mi hijo volvía de trabajar y no tenía comida preparada ni estaba ella esperándolo. Ella le gasta todo el dinero que él gana. Una vez le tiró con un adoquín de la construcción que estaban haciendo dentro de la casa y lo lastimó a él. ¿Cómo va a decir que él es violento? Yo lo conozco bien porque es mi hijo. Pero es un hombre y ella tiene que portarse como una esposa”.

Las madres del golpeador, que con frecuencia reproducen estos dichos, describen a la denunciante como si fuera una mantis religiosa, una mujer araña que devora a su compañero malgastando su dinero, acorralándolo con sus maldades y descuidos, además de proceder como una mala madre.

Es un parámetro interesante que permite conjeturar las pulsaciones que quizá latieran en esa familia, cuando el varón incluye en su descargo “que su mujer le tiró un ladrillo” sin explicar que previamente él la había trompeado. Si alguien denominase a estas escenas “violencia cruzada”, es decir “los dos se pegan”, carecería de perspectiva. Porque el ladrillazo se torna un recurso defensivo ante los puños de un varón mucho más fuerte que ella. Para lo cual interesa comparar la estatura entre ambos, realidad que tenemos ante nuestros ojos. O sea, es el mundo donde lo simbólico del lenguaje yace astillado entre insultos y golpes para dejar paso a la categorización de los estudios de género como relación social y no como construcción simbólica. El género como construcción simbólica es el que describe –entre otras teorizaciones– las posiciones de dominio sobre las mujeres, buscando su sometimiento, y el género como relación social pone en evidencia cómo funciona ese dominio.

Alcanza con escuchar a la suegra y no sólo al golpeador para comprenderlo. Lo que permite diagnosticar que esta víctima debió ser doblemente víctima, dadas las acusaciones de esta señora. (Dejo abierto el capítulo que describe cómo se distribuyen las relaciones de dominio cuando las ejercen mujeres con papel preponderante, zona que no corresponde sea ocultada si pretendemos reconocer y estudiar las diversas formas de la violencia estructural.)

Los diálogos con los golpeadores y violentos en general

Es preciso entrenarse para escuchar a quien fue denunciado como golpeador. Si en ese expediente encontramos que en un primer momento la víctima o un vecino alcanzó a llamar al número 137 (a nuestra Brigada contra la Violencia Familiar perteneciente al Programa Las Víctimas contra las Violencias, que interviene los 365 días del año y durante las 24 horas) encontramos una notoria ventaja para la apreciación real de los hechos. Porque el informe de la Brigada se realiza desde el domicilio de la víctima al cual se llega cuando el denunciado con frecuencia ha huido (en otras oportunidades un patrullero llega rápidamente –por el llamado de la Brigada que solicita su intervención por si el golpeador permanece en el domicilio– y lo detiene). Detrás de esa intervención llega la Brigada cuyos profesionales asumirán la atención de la víctima. Estos profesionales ingresaron en el domicilio momentos después del llamado telefónico de ella o de un vecino, de manera que toman contacto con la escena donde se desarrollaron los ataques y en su informe describen el estado en que se encontraban las habitaciones y la situación de los hijos, aterrorizados después de presenciar la golpiza contra la madre.

Cuando el expediente que recibe el Cuerpo Interdisciplinario incluye el informe de la Brigada que intervino debido al llamado al 137, los colegas que deben evaluar la situación cuentan con un documento inapreciable.

De manera que las argumentaciones del denunciado acerca de su inocencia o de lo escaso de la violencia quedan desmentidos por una evidencia rotunda.

Pero no siempre interviene esta Brigada. Los expedientes llegan desde los juzgados y frente al agresor contamos con lo que él nos pueda decir, también algún familiar a quien se ha citado y también sus hijos. Además de entrevistar a la víctima lo más brevemente posible, para no revictimizarla, ya que se cuenta con los datos obtenidos por la Oficina de la Corte y en algunas oportunidades por los colegas de la Brigada contra la Violencia Familiar (137).

Casi sistemáticamente el violento se presenta como víctima de una mujer mentirosa, con la cual nunca debió formar pareja. Esto sucede en cualquiera de las clases sociales. En oportunidades, miente: “Solo la empujé porque estaba nervioso. Ella me hace perder la paciencia”. Sin embargo, la intervención hospitalaria informa una fractura de costilla.

Son personas que llegan irritadas a esa entrevista y algunos intentando impresionar como personas calmas y moderadas. Pero siempre –como es lógico– defendiendo sus derechos que describen vulnerados por su compañera. Es infrecuente que reconozcan su responsabilidad en el hecho. Suponen, y así es, que están bajo sospecha por parte de quien los entrevista y que les resultará complejo desactivarla. La capacidad diagnóstica de quien lo entrevista juega su eficacia después de la previa lectura del expediente donde se describe la denuncia. Este fenómeno reclama un entrenamiento profesional y poder escucharlo con suficiente distancia emocional (es una manera simplista de referirse a los distintos momentos del entrenamiento).

Lo escuchan una psicóloga y una trabajadora social. Ambas también escuchan a los otros miembros de la familia que han sido citados.

La percepción social que tienen los violentos acerca de lo que significa una mujer suele ser coincidente en lo que se refiere a inequidades de género: las consideran como sujetos inferiores destinadas a servirlos y obedecerlos, comenzando por la disponibilidad de sus cuerpos femeninos.

De allí surge “lo que es propio o le corresponde al varón y a la mujer”, según sus creencias. Si la mujer “no cumple” con “lo que es propio de ella por ser mujer”, el golpeador pone en marcha lo que supone es “propio de él por ser varón”, el ejercicio de la violencia en cualquiera de sus formas. Que cada vez con mayor frecuencia termina en el femicidio, matándola.

Los hijos dicen lo inesperado

En las entrevistas con los niños y niñas, habitualmente testigos de los ataques y también sus víctimas, por lo general temen hablar de lo que ven que sucede entre sus padres. Pero algunos describen sin titubear y sin que se les pregunte. El procedimiento no demanda, por ahora, Cámara Gesell.

Algunos se quedan sentados esperando que sus padres finalicen las entrevistas, otros corretean por la sede o juegan con algunos juguetes disponibles, otros se acurrucan en los brazos de un familiar.

En oportunidades, la mirada de una profesional alerta pregunta al pasar “¿cómo te hiciste ese moretón en el brazo?”. El niño intenta taparlo con la manito y esa circunstancia sugiere la consulta pediátrica.

Aparece entonces que la violencia del golpeador, denunciada por la madre, también recae sobre los chicos, marcados por el pater familia y, ante nuestro pedido, confirmada por los médicos.

O sea, la idea de violencia familiar se va construyendo y ampliando mucho más allá de lo que los gritos desesperados de una víctima podrían sugerir.

Y en alguna oportunidad se produce un giro en relación con quien ha hecho la denuncia, cuando los hijos comienzan a contar que “su mamá les pega mucho, sobre todo a los más chiquitos”, situación descripta por una hermanita mayor. Lo cual modifica, en la misma sede del Cuerpo Interdisciplinario, la característica de la denuncia. Estamos ante una familia violenta, aun antes de realizar la visita domiciliaria que nos aporta datos concretos relativos a esa organización familiar. En estas circunstancias la denuncia de la madre y la primera intervención del juez, por ejemplo excluyendo transitoriamente al padre del hogar, abre un interrogante acerca de la sentencia definitiva después que Su Señoría ha leído la descripción, conclusiones y sugerencias que el Cuerpo Interdisciplinario produce.

Aquí finaliza la tarea prevista por la ley respecto del Cuerpo Interdisciplinario que dispone de escasísimos recursos para una orientación final en situaciones concretas de familias violentas. En realidad, es la sociedad la que no dispone de ellas porque esta índole de violencia sólo es un indicador de la violencia de género, que no necesariamente se soluciona enviando a los violentos y a sus víctimas a respectivas psicoterapias. Puesto que se arriesga la presencia de ideologías patriarcales como fundamento de aquéllas. Si estamos frente a una violencia estructural que sostiene las desigualdades entre los géneros, el problema es abarcativo y no alcanza con enfoques individuales, aunque éstos sean imprescindibles.

Interesa conocer el periplo que continúa a las denuncias, de allí la importancia de informar las acciones del Cuerpo Interdisciplinario en el cual las abogadas juegan un papel preponderante regulando y supervisando los expedientes, protagonistas mayores y soportes de todo lo que se actúa. También interesa saber que estas prácticas son las que advierten acerca de los engaños que pueden enmascararse detrás de acciones efectivas en beneficio inmediato de las víctimas: el ocultamiento de la desigualdad de género ante la sociedad.

Sería riesgoso encandilarse con la necesaria “lucha contra la violencia familiar o doméstica”, postergando las acciones y los discursos que reclaman conciencia y oposición hacia esas desigualdades. Territorio donde, en nuestro país, nos falta un inmenso camino por transitar en la aplicación de las leyes de protección integral.

Sáquennos las manos de encima

Por Eva Giberti.
Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
Publicado en Página 12. "Contratapa".
Miércoles, 25 de Febrero de 2009.

Hace años nos mandaban por carta “cadenas” encomendándonos a santos y a figuras sagradas con una advertencia: “Envíe esta cadena a diez amigos y no la corte porque Fulana que la interrumpió tuvo un grave accidente el mismo día que tiró la carta”. Ahora aparecen mediante los correos electrónicos. Por ejemplo, contamos con una que incorpora el logotipo de la Policía Federal Argentina destinada a “prevenir la violación de mujeres” y que finaliza con un pedido: “Envíe este material a las mujeres que conozca y también a los hombres, que a su vez pueden reenviarlo a sus amigas, esposas, hijas, novias, en fin... Son cosas simples, pero pueden evitar traumas y hasta salvar una vida”.

Este admonitorio final está precedido por una pretendida estadística: se habría entrevistado a 750 violadores para descubrir cómo eligen una víctima potencial. Así nos enteramos de que los violadores antes de elegir a su víctima analizan su peinado: “Es más probable que ellos ataquen una mujer con un peinado tipo cola de caballo, trenzado o cualquier otro peinado que sea posible tironear más fácilmente. También que ataquen mujeres con cabellos largos. Las mujeres con cabellos cortos no son blancos comunes”. Afirmación que torna recomendable el corte de cabello casi al ras del cuero cabelludo.

Los violadores también observan si la mujer lleva ropa “fácil de arrancar rápidamente”, lo cual garantiza el éxito de los jeans apretados (contra todo consejo ginecológico que advierte en contra). Los horarios del día que preferirían los violadores: “Entre las 5 y las 8.30, y después de las 22.30”. Es decir, que durante el resto del día no existirían riesgos ciertos.

Un capítulo aparte está destinado a los paraguas: “No atacan mujeres que cargan paraguas u objetos que puedan ser usados como arma a una cierta distancia”; las más expuestas son las que empuñan celular y están distraídas.

El documento que circula por Internet, y que algunas organizaciones difunden, tiende a crear la ilusión de claves para “no ser violadas”, para “quedarse tranquilas” siempre y cuando se corten el cabello, enarbolen un paraguas cuando andan por la calle, utilicen ropa “difícil” de arrancar (y obviamente que no sea provocativa), salgan de sus casas después de las 9 y regresen antes de las 22.30 y jamás utilicen sus celulares fuera del hogar (recordemos que las estadísticas evidencian que el 60 por ciento de las violaciones está a cargo de conocidos y familiares). Y siempre deben obedecer sus instintos (los de ella): “Esté siempre atenta a lo que pasa detrás suyo. Si percibe algún comportamiento extraño, siga sus instintos. Es preferible quedar medio desubicada en el momento, pero tenga la certeza de que quedaría mucho peor si el sujeto realmente atacase”. No se le vaya a ocurrir que, de acuerdo con las actuales propuestas de Naciones Unidas, las mujeres debemos exigir ciudades seguras. En cambio se trata de cuidar personalmente la propia retaguardia y revolear un carterazo hacia atrás, por las dudas. Interesa la valoración de nuestros instintos que nos conducirán a llevar el cabello como más nos guste, vestirnos como queremos, pasear por las calles de nuestras ciudades a cualquier hora y hablar –celular mediante– cuando transitamos avenidas y empedrados. O sea, hacer lo que mejor nos parezca.

Como tengo a mi cargo un Programa –que depende del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos– que se ocupa de la atención inmediata de mujeres víctimas de violación, harta de leer estas recomendaciones que enmascaran descalificaciones y agresiones contra el género, decidí preguntarle al jefe de la Policía Federal si este decálogo provenía de esa institución. La desmentida, por escrito, fue rotunda. Esa página que ostenta el sello oficial de la institución no fue creada oficialmente por ella. Esa aclaración ya figuraba en Internet.

¿Por qué logra semejante éxito de distribución un texto que es denigratorio de la inteligencia de las mujeres? ¿Existirá una estadística realizada a 750 violadores seriales o principiantes con preguntas del tipo: “Usted, ¿cómo elige a su víctima?”. O bien, aplicando la técnica de la pregunta indirecta, seleccionando entre sus respuestas las que serían sus preferencias. En nuestro país, ¿contamos con múltiples equipos de profesionales destinados a analizar las características de los violadores? De lo que estamos seguros es de que de acuerdo con sus derechos se los deja en libertad después de haber cumplido con un tiempo de condena, y posteriormente los reencontramos como reincidentes. Pero ése es otro tema. También es otro tema la desconfianza que la víctima despierta en algunos ámbitos judiciales, suponiendo que no existió violación sino consentimiento; existe cierta conexión entre el documento que analizo y, desde otra perspectiva –semejante–, suponer que la víctima pudo evitar la consumación del delito (como se lo “enseñan” las recomendaciones mencionadas).

La estrategia encubierta del documento –y que abunda en otras consideraciones– apunta a recordarles a las mujeres que somos violables. A enfatizar la figura temible del violador como algo inevitable, poderoso, inextinguible a través de los tiempos y además recordarlo reiteradamente, en la pantalla de la computadora, para que no nos olvidemos que nuestros cuerpos son sustancias deseables para ejercitar el abuso de poder que sostiene el placer del violador. Al que tampoco le importará nuestra vida, como claramente lo dice la advertencia final que se dirige a los “hombres buenos” para que les enseñen a las mujeres cómo cuidarse.

Se trata de infundir miedo y no de advertir que efectivamente los violadores andan sueltos y que cada uno aplica su propia modalidad, de manera que aconsejar defenderse –como exitosamente pueden contar algunas mujeres– tiene su contrapartida en los violadores armados dispuestos a otra clase de ataque.

Por el contrario, existe buen cuidado de no difundir que es necesario identificar a los violadores y detenerlos, para lo cual contamos exclusivamente con el testimonio de las víctimas.

“¡Ah, sí! ¡Pero cuando una mujer violada concurre a la comisaría, le hacen preguntas que una no está en condiciones ni en ánimo de contestar!” Así sucedía y quizás ocurre en alguna región. No sucede de ese modo en la Ciudad de Buenos Aires, donde la Policía Federal, ante una mujer violada que recurre a la comisaría más cercana del hecho, tiene la obligación de llamar al Equipo Especializado que atiende Violencias contra la Integridad Sexual. Llegamos a la seccional velozmente para que esa víctima sólo deba dialogar con la psicóloga y la trabajadora social que se hacen presentes. Y hablan con ella el tiempo necesario antes de trasladarla al hospital donde se la asistirá, ya que se trata de impedir la infección del VIH y un posible embarazo.

A partir de allí se la acompaña y se espera que durante las primeras horas esa mujer se recupere y pueda: 1) mantener la denuncia; 2) identificar al violador, ya sea en las pantallas donde figuran registrados los conocidos o mediante un identikit.

No será eficaz continuar reclamando la detención de los violadores si las víctimas no asumen estos dos momentos, si no se las asesora para que puedan reconocer que son parte de un problema mundial, social y de género, en el cual han quedado comprometidas por solidaridad con otras mujeres y que puedan colaborar en el esclarecimiento a cargo del equipo formado por otras mujeres. Las víctimas de violación, como ha sido comprobado, pueden ser personas activas y luchadoras solidarias cuando se las acompaña en el reclamo ante el Estado que tiene la obligación de detener a los violadores. Una vez detenidos, discutiremos otros temas.

Las víctimas que, sobrepasadas por el asco y el sufrimiento, recurren a su domicilio para bañarse, anulan definitivamente la posibilidad de localizar al delincuente, porque borran la huella seminal que contiene el ADN orientador para localizar al sujeto. Pero no es esta advertencia la que circula por Internet sino la recomendación –de corte fetichista– que apunta al largo de sus cabellos y al emblema fálico del paraguas en ristre.

Entre las “protecciones” de ese documento no figura, por ejemplo, algo que la experiencia demuestra fundamental: no subir sola a un ascensor con un desconocido y no abrir la puerta de calle del consorcio a un sujeto que “casualmente llega en ese momento”. Tampoco se habla de decidirse a denunciar al familiar o al amigo de la familia que la acorraló aprovechando la confianza o convivencia; en estas violaciones, el delincuente ha tenido tiempo para estudiar sus costumbres y cuenta con “la ventaja” de la que supone discreción de la víctima “para no crear un problema familiar”. Sabe también que ella no gritará “¡Fuego!” como recomiendan los protectores que escribieron ese documento.

La difusión de textos como el que menciono –que además utilizan el logo de la Policía Federal– tiende a confundir a la comunidad y a promover una imagen de desvalimiento de las mujeres, impregnada por la creencia en la estupidez del género, que se supone repetirá esas afirmaciones sin verificarlas.

Sugiero atención permanente frente a quienes pretenden cuidarnos. Recordemos la antigua consigna: “Sáquennos las manos de encima si quieren acompañarnos”.

El Montón

Por Eva Giberti.
Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
Publicado en Página 12. "Contratapa".
Martes, 01 de Agosto de 2006.

La historia de una violación abrió las compuertas de la miseria humana que la indiferencia de muchos y la complicidad de otros pretende naturalizar. En Página/12 del viernes 28 de julio, Mariana Carbajal reprodujo las palabras de una jueza de Menores: “La sociedad está pensando que a esta chica la agarraron en un baldío, que fue violada con violencia, pero no fue así... Fue un abuso intrafamiliar como ocurre en tantos casos. ¿Sabe la cantidad de chicas de 12 o 13 años, incluso de 9, que son abusadas por sus padres y quedan embarazadas? Veo un montón en mi juzgado”. Más adelante aclara que “no ha sido una víctima desamparada. No hubo violencia física”. Carbajal repregunta: “¿Le parece menos grave?”. Y Su Señoría responde: “No, claro, es igual de grave. Pero fue un abuso intrafamiliar”.

Avanzar en el análisis de un texto reproducido puede conducir a error, razón por la cual sólo lo utilizaré como inspiración y en mi propio contexto, para no traicionar el contexto original.

Comenzamos por tener que asumir que en algunos juzgados se encuentra una cantidad significativa de púberes y de niñas violadas por sus padres, tíos y abuelos: esos incestos, denominados por el Código Penal “abuso agravado por vínculo”, que desembocan en embarazos se califican como “algo grave” y al mismo tiempo habitual. Quien así los describe es una funcionaria cuya tarea reside en la protección integral de niños, niñas y adolescentes, en cumplimiento de la Constitución nacional. Entonces, niñas y púberes incestuadas, embarazadas, constituirían un hecho grave, en particular –como el texto lo menciona– porque no pueden abortar, dado que no son idiotas ni débiles mentales y debido a que la violación se produjo en ámbito resguardado por la denominación “intrafamiliar”; razón por la cual la violación de una niña no entrañaría violencia física. Más allá de que la escena describa a un sujeto adulto que penetra genitalmente a una niña de 9 años o a una púber de diez años, eyacula en el interior de su cuerpo y produce un embarazo. Teniendo en cuenta que se trata de un hecho secreto, la niña deberá guardar silencio, el cual se obtiene mediante amenazas contra ella o contra otro miembro de la familia o, en oportunidades, mediante el intento de seducción: “Es un secreto entre vos y yo”, argumenta el sujeto. Mientras la niña o la púber se inicia en la vergüenza y la humillación (por vivencia de suciedad e impotencia) al tener que limpiarse de una sustancia que desconoce o tolerar que sea el familiar quien se ocupe de esa higiene, por razones de su seguridad para evitar rastros. La niña o la adolescente, después de haberlo escuchado resoplar en su oído o de haberlo mirado jadeante y sudoroso sobre ella queda anonadada psíquicamente y lesionada. Esta suele ser la descripción de las víctimas.

Hasta ese momento la niña o la púber no había imaginado que un hombre equivalía a ese ser humano que “le hacía doler”. Pero esa práctica, que como se afirma es habitual, queda al margen de lo que podría constituir violencia física. Aunque se la considera grave. Cuando estas víctimas no son idiotas ni débiles mentales la ley no autoriza el aborto solicitado a partir de un engendramiento de esta índole, en cuyo origen no se supone violencia física por tratarse de procedimientos llevados a cabo en el resguardo del hogar familiar. Esta conclusión parecería desprenderse del texto que analizo.

Descuento que Mariana Carbajal ha reproducido con exactitud el segmento del diálogo en el cual Su Señoría le pregunta “¿Sabe la cantidad de chicas de 12 o 13 años, incluso de 9, que son abusadas por sus padres y quedan embarazadas? Veo un montón en mi juzgado”. Entonces, atendiendo al tono del comentario y a su contenido podríamos responder: “Pero fíjese qué barbaridad... Las cosas que les pasan a las chicas... Habría que educarlas mejor”.

La indignación constituye uno de los motores más eficaces de los cambios sociales. Corresponde cultivarla cuando, asistidas por el ejercicio de los derechos humanos, comprobamos que, desde posiciones impensadas, se viola la dignidad de las víctimas encarnadas en las vidas de niños, niñas y adolescentes. Violación impuesta mediante el discurso que brota en los territorios del poder diseñados para protegerlos.

El escarnio de la ética se transparentó en algunos de los discursos que la historia de la violación de una adolescente dejó al descubierto. Amparándose en la discusión acerca del aborto se lateralizó la figura del victimario, se escamoteó la índole de sentencias que le correspondería y quedaron a la vista quienes naturalizan lo habitual de violaciones intrafamiliares y los embarazos resultantes.

La fragmentación de la conciencia mediante los discursos que intentan ser explicativos es una característica de la época que bloquea la posibilidad de establecer normas constructivas relativas a los derechos morales de las víctimas y a la formación ético/política de quienes tienen la responsabilidad jurídica de representar la voz de las víctimas cuando éstas son niñas y adolescentes. Esa articulación fundamenta el principio de solidaridad que impregna la filosofía de los derechos humanos y que constituye base y marco de su ejercicio.

Hablamos de derechos de las niñas y adolescentes arrasados siempre y cuando no se trate de “abuso intrafamiliar”, expresión engañosa y morigeradora de la definición del delito que cometen los familiares. Porque entonces esa violación –al amparo del ámbito familiar y bajo el techo del hogar– puede constituir una práctica que, aunque grave y produzca embarazo, no suscita horror ni decisión de desactivarla. Mientras, la víctima –siempre que no sea internada en algún instituto por “riesgo moral”– queda en espera de la próxima violación. Así sucede en los grupos humanos considerados “pudientes” y también en los que habitan las clases medias y populares.

Como si los familiares incestuosos pudiesen anticipar que su delito cuenta con la canchera enunciación de quien enumera a las víctimas como “un montón” donde alternan todas las edades. Esta identidad colectiva es una invención original que, al incluir a las víctimas en el amasijo del montón, las excluye de sus derechos personales que reconocen a cada víctima con su propia filiación, con el apellido y/o la consanguinidad del violador que la palabra de la niña denuncia.

¿De este modo –agraviante y banal– serán pensadas las niñas víctimas de violación? No, tan solo por algunas personas. Pero sepamos que existen.