El Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, con la coordinación de la Dra. Eva Giberti, tiene como finalidad principal poner en conocimiento de la víctimas cuáles son sus derechos para exigirle al Estado el respeto de los mismos y la sanción de las personas violentas que la hayan agredido. De este modo, se busca que la víctima supere su pasividad y reclame por sus derechos.

jueves, 30 de noviembre de 2017

ASUSTADOS E IMPOTENTES

*Por Eva Giberti

**Ella: “Sabés muy bien que estoy estudiando, no te hagas el boludo…” Frase que desató la furia del marido: “¡Siempre me insulta!” Ella: “No es un insulto. Es una frase común.” El: También el nene me llama boludo porque vos le das el ejemplo…”

El diálogo, con tonos subidos, lograba la vigencia de una típica discusión matrimonial delante de una profesional que era posicionada como testigo fértil para dilucidar quién tenía razón. 
Sin duda existe una violencia en la que se transgreden los límites que distinguen y diferencian a las personas entre sí, para organizar, en cambio, una mescolanza de gritos e insultos, donde arde la sinrazón y el odio. Aunque sea momentáneo. Que así son los odios entre las parejas que viven juntas y a veces también se aman.

Transgreden la frontera instaurada por la convivencia donde se cría y educa un niño que, según recomendamos los psicólogos, “precisa límites” para entender qué significa ser un hijo, en realidad, tener padres.
El punto de inflexión de estas parejas reside en un hijo que no titubea en consagrar la boludez de su padre mientras la madre lo identifica como tal y el varón acata la calificación reclamando modestamente.
La escena podría narrarla al revés, habiéndola escuchada con los papeles cambiados: el varón, conjuntamente con la hija, certifican que la madre es una boluda y ésta lo acepta como si el calificativo formase parte de su pastel de boda y lo digiere con naturalidad.

¿Dónde encuentro que las consultas cambiaron sus contenidos? Hace diez o quince años las consultas –además de las que encerraban “problemas de pareja”– mostraban claramente “problemas entre padres e hijos”. En la actualidad, esos problemas ocupan un lugar fenomenal, pero surgen encubiertos por violencias de género, es decir, negando que un niño no puede insultar a su padre o a su madre mientras cualquiera de ellos permanece pasivo como si se tratase de “algo que hacen todos los chicos”. De donde, tirando de este hilo, nos encontramos con que el consultorio retorna a los conflictos que durante décadas expuse en Escuela para Padres, pero con otros padres y con otros niños. Y asomando en superficie, claramente, el grave problema de la autoridad en el ámbito familiar, que resulta de quien cada persona sea, como lo diría Bordieu “La autoridad siempre es percibida como una propiedad de la persona.”
Los chicos actuales padecen una dolorosa carencia de autoridad parental. Sus padres son boludos y boludas y los hijos deben tolerar esa minusvalía que aquellos les certifican con su tolerancia y con el miedo que les tienen. Miedo de que los hijos se enojen, miedo de ser injustos, miedo de no tener razón. Miedo de ser autoritarios, prefieren el insulto canchero y amical, confundiéndose y pensando que mejor es ser amigo de sus hijos.

Si bien la palabra boludo tiene raigambre histórica (eran quienes agitaban las boleadoras que se usaban en la guerra de la Independencia) su vigencia social indica torpeza y bordea el insulto; aunque su uso se ha familiarizado está muy lejos de indicar un elogio. Vivimos en la naturalización de boludo-boluda como latiguillo que acompaña cualquier frase cotidiana, pero en boca del hijo hacia el padre o la madre indica insulto, desvalorización y la vivencia del hijo de una cierta superioridad moral del niño respecto del progenitor descalificado porque asume el epíteto como algo lógico. 

La pareja consulta creyendo que padecen violencia de género (que sin duda utilizan) pero aplican una violencia previa, la generacional: la generación de los adultos carece de la autoridad necesaria para que los hijos crezcan tranquilos. Los chicos los clasifican como boludos esperando que dejen de serlo, es decir, que no toleren ser insultados. Lo cual arrastra otras  limitaciones necesarias  que son imprescindibles para convivir y que exceden el lenguaje.
Las consultas relacionadas con violencia familiar existen y es prioritario trabajar con ella ya que privilegia la violencia contra la mujer y no corresponde utilizarla para silenciar la impotencia ante los hijos. 

Las consultas ocultan su verdad al oficializar una violencia de género que es una socialización de la vida de la pareja para llevarla a la consulta pero, escamotean su propia verdad. Es la que los hijos ponen a prueba cuando con sus conductas evidencian que son dependientes de una autoridad  de la que no pueden prescindir. La reclaman con sus desafíos y su búsqueda permanente de límites, esos que los padres borran entre ellos cuando se boludean recíprocamente. El orden social que se solicita cuando se asiste a una consulta –esa es la razón del consultar, restaurar un orden social resquebrajado– es el que precisamos para convivir del mejor modo posible.

En la consulta, ¿escuchamos a padres muy cansados, agotados, frustrados? La paternidad y la maternidad ¿se han transformado en tareas insalubres? Ser padres, ¿todavía nos gratifica narcisísticamente? ¿Los hijos habrán aprendido –no sabemos con quién– a demandar sin esperanzas de ser escuchados?


Las violencias de género que nos ayudan a defendernos de los horrores del maltrato y de la opresión son específicas, y obligatorias sus denuncias. Pueden coexistir con la ausencia de criterios adultos para solventar a los hijos; por eso para la convivencia familiar también es peligroso, como la violencia de género, no darse cuenta que los chicos eligen un insulto para llamar a los padres por su nombre. Así están, asustados e impotentes por lo que pueden hacer.


*Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias 

**Publicado en Página/12 el día jueves 30 de noviembre del 2017

lunes, 25 de septiembre de 2017

HAY QUE SACAR EL TEMA DE LA PENUMBRA




* Por Eva Giberti
**El silencio siempre apagó el conocimiento de los hechos. Los adultos desconocían o negaban aquello que podían sospechar y los niños, temerosos, a veces avergonzados, no hablaban. De este modo el abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes ha permanecido en la penumbra durante décadas.
En oportunidades la confidencia surge desde un adulto que en sus sesiones de psicoterapia, repentinamente, comienza contar lo que le sucedió cuando tenía seis o siete años. No entendía cuál era su responsabilidad en lo que le sucedía. El abusador le comentaba que "eso que hacían" era "un juego entre ellos y que debía permanecer en secreto".
La intimidad entre el abusador y su víctima resulta de la relación entre ellos. Las estadísticas internacionales son explícitas: el mayor porcentaje de abusos sexuales la producen familiares cercanos, prioritariamente el padre. De allí, el tormento que para el menor significa asumir que la figura tutelar, que también puede ser un abuelo o un tío, figuras que se instituyen como modelos y protectores, sean aquellas que se anudan a prácticas delictivas.
Si el silencio es la clave que impide intervenir para detener la tortura que padecen tantos niños y niñas, se trata entonces de hablar. Esta ha sido una decisión del Ministerio de Justicia de la Nación, mediante su Programa Las Víctimas contra las Violencias que desde noviembre del año 2016 ha instalado un número nacional, el 0800-222-1717, para recibir llamados que solicitan orientación. El teléfono es atendido por un equipo de profesionales, psicólogas, trabajadoras sociales, asesorado por abogadas. ¿Qué es lo que nos llega? Voces de adultos que refieren su conocimiento de una criatura abusada o bien que narran sus propias historias de infancia. Todos ellos necesitan una escucha.
Se identifica a quien se comunica y se le sugiere que recurra al organismo de Protección de la Niñez de su zona, cuya dirección aportamos. Y se hace un seguimiento de cada caso.
* Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias. ** Publicado en el diario La Nación el día 23 de septiembre del 2017
   

martes, 4 de julio de 2017

LAS VICTIMAS CON SU LEY

*Por Eva Giberti

**Las personas víctimas son tema de estudio, de atención, de preocupación y sobre todo de comentarios. Pero ha sido necesario que persistiesen como presencias repetitivas, cansadoras, extenuantes y corajudas en los ámbitos legislativos para lograr una legislación que las amparase; por fin “en votación unánime, la Cámara Baja sancionó el proyecto…”

La idea de víctima, en tanto conceptualización, se instituyó paulatinamente en el pensamiento moderno, articulada con el surgimiento del concepto de violencia. Tanto las víctimas cuanto las violencias están asociadas con los cambios que se produjeron en la concepción de “la fuerza”. Todo dependía de dónde se cobijaba esa fuerza y cómo se expresaba y así transcurrieron los siglos y las discusiones de la Modernidad tardía hasta que llegamos a hablar de violencias, por extensión, de víctimas. Las víctimas constituyen una existencia real e inevitable, dice Dussel “que son las que sufren los efectos negativos no-intencionales, las imperfecciones, las injusticias de las instituciones empíricas, o perfectas, finitas de los sistemas existentes”.
Y el autor se pregunta “¿Quiénes son las víctimas? ¿Por qué son víctimas, en qué circunstancias fácticas  lo son...?”

En realidad, la víctima implica una contradicción ante las instituciones que se ocupan de evitar el dolor y la muerte. Los desarrollos teóricos de Dussel son intensos y certeros, particularmente cuando afirma que la víctima es un viviente humano y tiene exigencias propias no cumplidas en la reproducción de la vida en el sistema. Es el destituido que aún no alcanza a ponerse de pie y éste es el punto que demanda criterios morales para la aplicación de cualquier legislación o reglamentación que pretenda defender y acompañar a la víctima del delito.

Será preciso que todos aquellos que se acerquen a la víctima ahora protegida hayan tomado conciencia de las violencias que han asolado a la víctima. Ella no es “un alguien” en quien se aplicará una ley, sino un viviente humano en quien han fracasado los sistemas que pretendían o declaraban protegerlo.

Los riesgos que se corren en las aplicaciones de leyes y reglamentos residen en la confusión que suele surgir cuando se trabaja con víctimas que caminan como nómades de un juzgado a otro, de una comisaría a una fiscalía e inevitablemente terminan ahogándose sumergidas en la búsqueda de papeles que confirmen su identidad, su existencia y sus derechos. O sea, cuando la “fuerza” de la ley se transforma en violencia al aplicar la ley. Parecería inevitable que sucediese de ese modo porque estamos ante una nueva norma y las normas se nutren con papeles y timbrados que se transformarán en documentos definidos a posteriori como imprescindibles para salvaguardar el ordenamiento y clasificación de las que han sido reconocidas como víctimas del delito.

Ha sido posible atender el derecho de las víctimas del delito. Un logro que demencialmente tardó muchos años en reconocerse como necesario. Pero esa tardanza es parte del mismo sistema en el que ahora está inserta la nueva norma. Ya no se tratará de legisladores sino de otros oficiantes que cursan tradiciones antiguas y monolíticas y que viven en los sistemas y se reconocen entre sí como necesarios y aun imprescindibles. Que no distinguen al viviente humano como tal sino al demandante que aguarda se le reconozcan sus derechos como la nueva norma lo indica, esperando su turno en una cola interminable.


Más allá de las tradiciones burocráticas –que históricamente fueron inventadas para evitar postergaciones–, esperamos la acogida luminosa, inquieta, ágil que torne menos contradictoria la realidad de los sistemas, ante la presencia de las víctimas del delito que han sido reconocidas, miradas y clasificadas como personas destituidas que ahora podrán ponerse de pie.

* Coordinadora del Programa Las Vícitmas Contra Las Violencias.
**Publicado en el diario Página/12 el día 4 de Julio del 2017

miércoles, 10 de mayo de 2017

Femicidios, NiUnaMenos, políticas de género

Por Eva Giberti*


**Qué  es lo que nos pasa? ¿Qué es esta violencia homicida de cada día localizada en las mujeres? Está sucediendo ahora, nunca se vio algo semejante, muertes todos los días, feminicidios por doquier, asaltos y violaciones contra niñas y adolescentes, sin mesura, con crueldades  infinitas… ¿por qué sucede esto, ¿qué nos esta sucediendo?

La pregunta viene calando fuerte en las entrevistas que promueven desde los medios de comunicación y el oído reconoce el acento cuando se produce la frase, qué nos pasa, el acento fuerte en el nos de manera que nadie quede afuera. Nos estaría pasado a todos. El nos es la primera variante pronominal del prononombre yo: nosotros, vosotros, él, ellos, para que no queden dudas,  se trata de algo que nos ocurriría a todos nosotros. Pero es una trampa, la trampa semántica. Porque la frase podría referirse a la vulnerabilidad personal: a cualquiera de nosotras podría ocurrirnos, que nos maten por ejemplo. Pero la pregunta trae una segunda intención: ¿por que esto “nos” está ocurriendo esto a nosotros, como comunidad? Algo nos sucede como si no tuviésemos que ver con los hechos que parecería que se nos vienen encima sorpresivamente.

La pregunta tiene un sentido escapista: mirar con aire embobado hacia los cielos y preguntarse con una aparente honradez que apenas disimula el costumbrismo ético:  pero ¿qué nos pasa? Nos estamos dando cuenta que nos sucede algo malo, por lo tanto tan malos no somos, ya que comprendemos, tenemos el “seso avivado y despierto” como decía el poeta… quizás algún maleficio… Presenciamos, impávidos, cómo el tsunami nos arrasa; es algo que “nos” sucede sin que tengamos algo que ver. Nosotros estábamos ahí, viviendo y de repente una tormenta de homicidas apareció no se sabe desde dónde ni cómo.

Los filósofos vienen hablando de la era de los posderechos humanos y de centurias que agitan la pérdida de valores, como descripción enunciativa de la multiplicidad de horrores que se suceden. 
Pero si escuchamos con cuidado la pregunta advertiremos que ese nos también abarca a los femicidas como segmento de la comunidad a la que pertenecen, igual que todos nosotros. Los femicidas están entre los que podrían preguntarse ¿qué nos pasa? porque nos es la primera persona del plural que los incluye. Sin embargo ellos son “los otros” ajenos al “nosotros” que ingenuamente pregunta por los hechos. Ellos desencadenan el tsunami cotidiano que pretenden surfear disimulados entre quienes integran el nos.    

A nosotras nos matan. Ellos son los que matan, no les cabe el nosotros. Pero quien propone la pregunta  “ingenuamente” los incluye.
La pregunta intenta decir que más allá de nosotros mismos algo nos sucede. Y que no tenemos que ver con lo que ocurre, se trata de algo que trasciende  más allá de nosotros. Esa es la trampa porque los hechos acaecen en este mundo y en esta sociedad que nosotros compaginamos. No se nos viene encima sin que tengamos algo que ver. Algunos femicidas ya habían atravesado sus días en las cárceles donde los jueces los alojaron, los jueces que emigraron de nuestras universidades, las que nosotros creamos.
Los derechos humanos de las mujeres se sumergen para dar lugar a la nueva época que no alcanzamos a reconocer como tal y que todavía nos plantea preguntas infantiles en lugar de admitir que con las violencias la cuestión es cuerpo a cuerpo, sin metáforas ni preguntas ingenuas. Se alteró el paradigma que habla del cuidado y de los derechos humanos, se ingresa en una época que convoca los avances del género mujer y los precios que “los otros” están dispuestos a cobrar. ¿O es casual que los reincidentes reincidan porque los avala una justicia que se origina en un “nosotros” legal? 

¿Qué nos pasa? es una pregunta idiota. Porque no distingue entre “nosotros” y los “otros” que son los femicidas sostenidos por quienes favorecen un clima perpetrador de las violencias contra el género. En ese clima crecen, entre otros socios, los programas televisivos y las publicidades, y se favorece la impunidad de quienes violentan al género mujer.

¿Resultará excesivamente complejo darse cuenta que efectivamente algo gravísimo sucede? Distinguiendo entre víctimas, victimarios y facilitadores. Los facilitadores entreverados entre todos nosotros señalan un punto de inflexión porque se sienten parte del nosotros pero en realidad están más cerca de “los otros” por su complicidad con las modalidades patriarcales que sostienen.
Es la época de los derechos humanos de las mujeres defendidos cada día y de los derechos humanos de las mujeres arrollados por los femicidios, las violaciones y el clima social que fermenta desde décadas anteriores  buscando establecerse en la actualidad. Epoca en la que se convive con un caudal de violencias cotidianas producto del deseo de matar por parte de los varones implicados que ya no disimulan ni limitan sus ataques. Deseo de matar que no es instintivo, sino un aprendizaje cultural fogoneado por los patriarcas y sus pichones de patriarcas.

La pregunta “¿qué nos pasa?” es una de las tantas trampas semánticas que  componemos para quedar bien con nosotros mismos, como si tomásemos conciencia del algo. La única conciencia que vale es la de reconocer que nuestra sociedad, la de nosotros donde habitan ellos y aquellos es la que está matando por placer, porque se modificó el paradigma y ahora la orden no es permanecer en el mundo sino morir según los códigos ancestrales del poder.

*Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
** Nota publicada el día 10 de Mayo del 2017 en el diario Página/12



lunes, 3 de abril de 2017

PROBAR ES NECESARIO

Por Eva Giberti*

“Lo que usted quiere por encima de todo
es evitar problemas antes que comprender.”

Jock Young

**Mundo joven: Deseos de aventuras, lo más lejos posible del hogar  familiar que para ellos es un campo minado de antigüedades y prejuicios. Reproduzco algunos comentarios de adolescentes que han empezado a usar distintas sustancias tóxicas y argumentan largamente: “La familia insiste con las advertencias contra las drogas, lo mismo que los médicos, especialistas y comunicadores sociales, todos igualmente aburridos y negativos. Los padres, que hablan de lo que no saben porque repiten lo que dice la tevé, nunca estudiaron el tema drogas, no lo conocen y no saben tampoco lo que es probar, porque hay que probar; hay que  esperar el mejor boliche y la oferta del compañero o del tipo mayor que sabe muy bien lo que vende, pero empieza ofreciéndotela gratis.  Los que están en otro mundo, no entienden, nosotros llegamos desde un tiempo más adelantado, ¿como vas a vivir sin probar? Probar es necesario. Cuando empiezan con que después no se puede salir... Nadie piensa en salir, solo nos interesa entrar en el estado perfecto de placer y del todo se puede que la Cosa te produce. Y si no probás… te vas a perder conocer qué se siente. La gente cree que hay que vivir sintiendo lo que ya se conoce. Pero esto es sentir lo que no sabemos hasta que probás. De eso no te van a hablar los padres porque sienten como se sentía antes y quieren explicarte que lo nuevo es malo. Además cuando quiero dejar, dejo, la corto.  O no la  corto y sigo, único problema es la plata que precisás, al final se consigue”. Continúan argumentando, convencidos. “Antes te presionaban con el sida, pero a mí no me va a pasar… Todos sabemos cómo queremos probar…”

La cuestión es ésa, “estar todos iguales”, la intolerancia a la diferencia entre pares, ninguno que se prive de probar, la búsqueda desesperada por incorporarse en el montón de “los que saben y se convidan con la sustancia  que comparten”. Aunque sientan miedo antes de probar, como a alguno le sucede, precisan igualarse sin distinciones. Buscan la diferencia con los adultos, sujetos despreciables y solamente existentes como surtidores de dinero para comprar la sustancia que precisan. Detrás de estos discursos, desolación. 

Las diferencias que aparentan en las ropas y en los cortes y teñidos de cabello definen pertenencia, otra manera de igualarse. Con lo cual reproducen la tradicional cultura de los adolescentes desde cuando todos se convirtieron en hippies y roqueros. Una desesperada fuga del mundo adulto, como históricamente les sucedió a los adolescentes. Es lo que parece no comprenderse cuando se intenta prevenir: advertirlos. Sin éxito mientras ellos levanten la causa del probar para saber cómo se siente cuando se siente lo nuevo.

Algunos de los que hablan y cuentan son aquellos que empiezan a asustarse cuando advierten que no pueden salirse de la trampa y que las intervenciones de los técnicos y de los padres que pudieron avanzar durante los primeros tiempos responden a una lógica. Se dan cuenta que  pueden respaldarse en ellos, aunque peleándose y desafiando. Aportan otra versión del “probar”: Nos cuentan, y lo describen en los medios de comunicación: “Yo solo quería probar… Ver cómo era, la primera vez no me gustó mucho, pero quise segur, para ver…” Probar es una forma de ensayar para encontrar una sensación nueva en sí mismo, descubrirse en ese ensayo que espera les traiga una respuesta nueva, que es lo que buscan. Respuestas nuevas encendidas dentro de ellos y de ellas.

Es necesario comprender que la búsqueda es la que  avanza hacia una nueva respuesta que no esperan encontrar “fuera de ellos” en el mundo adulto circundante. Aunque ellos mismos en oportunidades sean adultos de 20 o 24 años. En alguna parte debe haber algo más, la respuesta a una pregunta que no saben cómo formular pero que traduce el desasosiego de sentirse perdidos en un entorno, en un mundo, que no les contesta  lo que esperan, que tampoco saben qué es. Y la droga es una promesa que otros han capitalizado y cuentan cuán bien les va cuando “se dan” con determinadas dosis.


Recomendar, advertir, hablar, aconsejar, informar son los recursos con los que contamos, pero resultan escasos cuando la clave reside en “probar”, ensayar en mí mismo. Tal vez, como bien lo saben los profesionales que acompañan a los que prueban, sea conveniente hacerse cargo de la necesidad de ir en busca de “otra cosa” que el mundo circundante no está dispuesto a ofrecerles. Porque tampoco sabemos si existe. Exceptuando el comprender.

*Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias 
** Artículo publicado en Página/12 el día 31 de Marzo del 2017

martes, 14 de marzo de 2017

UNA VIDA DESPATRIARCALIZANDO

A los 88 años ha visto casi todo. Menos un paro internacional de mujeres de 50 países. Sin embargo, no le produce asombro ni desconcierto. Tiene una gran expectativa. Para Eva Giberti, este acontecimiento “es la celebración de algo que se ha alcanzado con una gran preparación y que seguramente genera malestar. Cuando se está en una etapa revolucionaria no se puede menos que generar malestar. Pero no le tememos. Entiendo que para muchos puede ser un hecho desconocido, por eso está puesto bajo sospecha, porque viene de las mujeres que se rebelan contra este patriarcado feroz que regula toda América Latina y el mundo entero”.
Maestra de generaciones de mujeres, trabajadora social, psicóloga, psicoanalista, pionera en la divulgación de los temas de género, Giberti cree que el paro –aún simbólico- “es revolucionario porque cambia el orden establecido. Se espera que estemos calladas y sumisas bancando la que venga, las injusticias, asumiendo las violencias, los femicidios. Y nosotras rompemos con ese ordenamiento, porque en realidad debe ser con  los derechos humanos de las mujeres a la cabeza”. 
“¿Cómo sería un mundo sin mujeres? Esta es la pregunta que subyace a este 8 de marzo. Porque no somos solo un 52 por ciento de la población sino que somos un 52 por ciento muy activo, muy inteligente en las estrategias que utilizamos para sobrevivir, para que la gente sepa lo que hacemos”, dice esta mujer que sabe de supervivencias, con un hijo preso durante la dictadura y un Falcon verde en la puerta de su casa que controló cada uno de sus movimientos.
Empezó en el año 1956 y desde allí no paró nunca en su tarea de defensa de los Derechos Humanos. Es que Giberti dice que llegó al feminismo cansada del autoritarismo, lo que la llevó a escribir “Escuela para Padres”, un clásico que sigue abriendo cabezas. De ahí a comprender cómo funciona el patriarcado, hubo un solo paso. Ahora, “contenta por lo que estamos viviendo”, dice que “el mundo tiembla bajo nuestros pies, no porque se vaya a venir abajo, sino porque hacemos mucho ruido. El patriarcado es muy poderoso, pero estamos en vías de hacerlo tambalear. Hay que tener conciencia de quién es el enemigo y para eso aun falta cambiar las cabezas de muchos profesionales –médicos, psicólogos abogados, jueces, periodistas-. En realidad, el enemigo viene desde el mismo momento en que para parir pedimos ayuda a un médico para que nos saque al chico. Y allí, donde deberíamos ser las señoras reinas, nos someten a sus órdenes. El parto vertical es la manera más natural de romper con esa sumisión: así nació Vita, mi hija". 
Le gusta citar a mujeres que hicieron historia. Empieza por Lisístrata, que se animó a una huelga sexual. “En la obra de Aristófanes, fue la primera que se juntó con otras mujeres para decir no vamos a tener sexo con los varones hasta que no terminen la guerra. No tenían otras herramientas y usaron la cama como recurso”. Otra de las mujeres que la inspiran es Mariquita Sánchez de Thompson, el símbolo de la “resistencia parental”.
“No se enseña en las escuelas, pero Marquita tenía 14 años cuando se rebeló porque su padre no la dejaba casar con el hombre que ella había elegido y le escribió una carta al virrey”, cuenta Giberti y recita: “Excelentísimo Señor... así me es preciso defender mis derechos, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen. Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor”.
La lista de rupturistas, como las llama, incluye a Eva Perón, a Alicia Moreau de Justo, que fue su inspiración cuando era muy joven y escuchaba las conferencias en la sede del Partido Socialista, y cientos de otras muchas que son las que recorren la historia de nuestro país. Ella misma está en ese ranking, aunque, claro, no se incluye.
“Tenemos una larga tradición en Argentina y en el mundo. De hecho, no es nuevo que las mujeres hagan paro, es enorme la lucha de las mujeres huelguistas. La gran diferencia es que este paro involucra a 50 países. Los movimientos de mujeres siempre existieron pero no tenían la difusión que hoy tienen a través de los medios y las redes sociales, un soporte para que varones y mujeres puedan ir escuchando estas voces. Y eso es lo que permitió el colectivo Ni una Menos: sumar mujeres que no eran militantes, pero que se unieron para decir somos las que nos dimos cuenta y aquí estamos”.
Se percibe una avanzada implacable para descalificar al feminismo de este siglo XXI, Giberti interpreta que no se tolera “porque fémina es mujer y entonces es como decir mujerismo. La resistencia al feminismo es una resistencia que instala el patriarcado, que tiene una fuerza simbólica enorme, y  la carga de prejuicios: las feministas queremos matar a los varones, no queremos tener sexo, queremos ser lesbianas, queremos un mundo comandado por mujeres. En realidad lo que molesta son nuestras razones, nuestros sólidos argumentos, porque la lucha que estamos dando es ante la evidente desigualdad de los géneros. Esa es nuestra bandera”.
Por eso, razona, el patriarcado está “furioso, soliviantado, molesto” y denuncia que está vivito y coleando, “bien puro”, en la justicia. “Se lo ve muy bien en el trabajo que vengo desarrollando en el programa de abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes. Para la justicia, los chicos mienten, cuando en realidad lo que hay que decir es que el 80 por ciento de los violadores son los padres y padrastros. Esto es una estadística real que sale de nuestro trabajo en el Ministerio de Justicia. ¿Y por qué se resisten a sancionar a un abusador? Porque es un hombre como ellos. Entonces, invocan a la familia. Porque, además, es un patriarcado familiero, que no ve que la familia ya está destruida". 

Compromiso y militancia 

Giberti se refiere al programa “Las víctimas contra las violencias”, con atención telefónica en el número 137 y un equipo de cien personas, que tratan desde hace diez años casos de violencia intrafamiliar en el momento de la urgencia y la emergencia. Y también está a cargo del equipo de “Violencia Sexual”, que es el que se encarga de acompañar a la víctima desde la comisaría, donde radicó la denuncia, al hospital. “La policía no la puede interrogar –recuerda Giberti-. Por eso nuestro trabajo es estar junto a la víctima hasta que terminen todos los procesos de revisión y así evitar que tenga más de un interrogatorio. El médico de guardia y el médico legista la entrevistan al mismo momento, con nuestra presencia. Y eso fue un logro que conseguimos con la jueza Carmen Argibay”. A esa tarea sumó el programa de “Hablemos de Abuso sexual infantil”, un equipo que comenzó a funcionar el 19 de noviembre pasado, con la línea telefónica 0-800-222-1717.
Un poco por este compromiso a tiempo completo y mucho por su trabajo académico a lo largo de 60 años, en 2016 fue reconocida con el Konex de Platino en la categoría “Estudios de Género”. “Fue una sorpresa absoluta y pensé que acaso no era yo sola la que lo merecía, porque hubo mucha gente que trabajó conmigo. La única verdad de esto es que yo soy una de las más viejas, pero también es cierto que soy muy combativa y que tengo una gran facilidad para escribir, lo que me permitió acceder a los medios y difundir toda esta temática. Pero, además, que un jurado incorporara nuestra disciplina al lado de otras ciencias fue y es de una enorme importancia”.
Autora de “Abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes”, “Incesto paterno/filial”, “La familia a pesar de todo”, entre otros títulos y cientos de artículos periodísticos y ensayos, Giberti dice que hay argentinas que son insoslayables a la hora de leer: “Mabel Burin, Irene Meler, Diana Maffía, María Luisa Femenías, por nombrar algunas teóricas feministas que tienen una producción muy importante y hay que estudiar con atención. Desde un lugar más militante, Marta Dillon”.
No recuerda el momento en que se reconoció feminista, aunque en su ya emblemática obra “Escuela para padres”, hay artículos que hablan de esta corriente ideológica. “En realidad para mí esto tiene otro ADN que es mi resistencia al autoritarismo. Ese libro fue una lucha contra el paternalismo y el patriarcado, pero aún no le había puesto el rótulo de feminismo. Además, en esa época, estaba en la práctica plena del psicoanálisis, que es netamente patriarcal; así que estuve entre las primeras revisionistas en cuanto a las relaciones de género. Éramos -y somos- mujeres formadas en el psicoanálisis pero que no podíamos digerir una cantidad de trabajos de Freud; entonces había que pasarlo por un cedazo, hacer una investigación sobre eso y decir hasta aquí lo seguimos, pero esto no. Masoquismo femenino, no. La conciencia moral de la mujer es inferior a la del varón, tampoco. Entonces lo que hicimos fue tomar la teoría y darla vuelta”.

Rebelde con muchas causas, Giberti no deja de pensar. Regularmente escribe en el diario Página 12, cosas como éstas:
La comunidad está satisfecha. Con la conciencia tranquila. Se encontró la frase que encubre la violencia contra las mujeres protagonizada por varones: violencia de género. No se sabe a cuál género se refiere. De ese modo queda en la penumbra la violencia patriarcal, la violencia machista, los ataques asesinos, las torturas, las impunidades, las complicidades, mientras las víctimas exhiben sus historias en los medios de comunicación.
O esta otra:
¿Cuáles serían las relaciones entre el contagio y el homicidio de mujeres? Los varones violentos ¿se contagian entre sí diseñando un circuito de sujetos contagiosos que se recortarían en el universo masculino para copiarse entre ellos y decidirse por el homicidio de mujeres? Porque si hablamos de contagio, identificaciones, imitaciones y copias tendremos que enlazar a unos con otros y suponer que el homicida Juan se identificó con los homicidas Pedro y Javier (uno u otro según lo que hubiese leído en el diario o mirado en tevé). O quizá sólo le alcanzó con informarse de otros homicidios para ser arrastrado por el mecanismo identificatorio que actuaría más allá de su voluntad; sería una conducta no del todo consciente, y podría ser inconsciente. Por otra parte, si se “contagiaran” de conductas homicidas, el contagio no sería voluntario.

 “No claro que no es contagioso –refuerza a la Haroldo-. Yo prefiero hablar de inspiración. Hay alguien que les muestra algo que para su imaginario es muy rico, muy poderoso. Qué fácil agarro alcohol y le tiro un fósforo. No arriesga nada. Ese ejemplo de Wanda Taddei (asesinada por su esposo, Eduardo Vázquez en 2010) les muestra a otros hombres lo que se puede hacer. Si no lo tenía pensado, píenselo”. Y entonces aparece la pregunta repetida miles de veces: ¿Mostramos los femicidios? “Sí. Hay que contarlo, pero hay que hacerlo bien, con la ética que corresponde. No hay otra alternativa que contarlo. Yo misma me encargo de informarlos en mi Facebook, que parece una agencia de noticias policiales, pero es el modo que tenemos de decir que no queremos que nos sigan matando. Un mero grito. Pero ¿y? Para conseguir que otra gente que no está tan compenetrada se compenetre. Y eso sí es poderoso. Porque es lograr el acercamiento con la mujeres y los hombres”.
Para que quede claro, Giberti dice que los hombres que matan no son psicopátas. “Alguno habrá, pero el deseo de matar de un hombre está fogoneado por la cultura. No es por odio. No es un instinto natural: responde a un proceso cultural patriarcal, de no tolerar que su mujer no sea su servidora. No puede verla como otro, como un par, se le torna intolerable y tiene que terminar con ella. Esto puede sonar paradojal, pero es una forma del poder simbólico que tiene la mujer. Es una víctima, pero es una víctima que el victimario necesita. Es esa necesidad lo que a él se le torna insoportable. Este es un aspecto que no está muy trabajado, yo incluso debería trabajarlo más. Pero la idea es que el hombre se tiene que apropiar de ella hasta el último sangrado. El último sangrado es mio”.

* Entrevista realizada por la revista Haroldo a la Dra. Eva Giberti, coordinadora del Programa Las Vícitmas Contra Las Violencias, publicada el día 8 de marzo del 2017.

lunes, 6 de febrero de 2017

EL ACONTECIMIENTO

Por Eva Giberti*
**La obediencia y la subordinación que históricamente debían formar parte de la “personalidad femenina” constituían valores para las mujeres,  eran los recursos que el patriarcado fogoneaba para disponer de esclavas dispuestas a reproducirse según los mandatos del varón y a satisfacerlo en todos los niveles posibles. En los imposibles también, ya que el femicidio constituye la vulneración de la posibilidad de vida.
El imaginario social confirmaba –aún persiste– los prejuicios acerca de “la complejidad del psiquismo de las mujeres” mediante frases típicas: “Nadie entiende a las mujeres”, “¿que querrá una mujer?”, “con las mujeres no hay manera de entenderse”.
Los años de lucha de aquellas en busca de sus derechos, enfrentando obstáculos y sobreviviendo a violencias múltiples, fermentaron musitando resignaciones que constituían una modalidad que nunca se hizo carne auténticamente en las mujeres. En paralelo, las frustraciones y las humillaciones generaron hostilidades que si bien eran necesarias como reacciones defensivas podían expresarse mínimamente, exceptuando rebeliones míticas e históricas.
Empezamos por Lisistrata, episodio narrado, según Aristófanes, 411 años antes de nuestra era en la cual las mujeres se negaron a copular con sus maridos para impedir que siguieran combatiendo en la guerra del Peloponeso: hasta que los hombres dejasen las armas no habría sexo entre las parejas. Ganaron. Entre nosotros, la primera huelga docente en Argentina en 1881 fue encabezadas por las maestras de San Luis debido al atraso en el pago de sus sueldos y en contra de los recortes de los sueldos y despidos de los empleados públicos (decisión de Avellaneda por la crisis de 1874). En ambas circunstancias ejercieron hostilidad, sentimiento riesgoso por su capacidad destructiva y por la posibilidad de ser derrotadas en el enfrentamiento si el contrincante es imbatible.
El psicoanálisis nos aportó la idea de deseo hostil como transformación de la hostilidad, el cual logra generar matices al promover el deseo de saber y el anhelo de poder; se diferencia de la brusca e indiscriminada reacción afectiva que habitualmente existe en la hostilidad. Al mismo tiempo, perfecciona el juicio crítico capaz de reconocer las injusticias y produce acciones decididas, intenta nuevos logros y encuentra nuevos intereses siempre dentro del deseo de obtener un triunfo sobre la frustración. En la construcción de deseos hostiles resultan fundamentales las actitudes hacia la obediencia como injusticia cuando ésta busca el sometimiento, la subordinación y el silencio de quienes aspiran a sublevarse. Estos deseos, para surgir, elaborarse y concretarse, precisan una progresiva capacidad de abstracción que permita matizar las situaciones y reconocer el momento en el cual deberán expresarse. O sea, se trata de un intenso procedimiento de índole política que se desarrolla en el tiempo a medida que se comprenden las circunstancias de la propia vida y se revisan las relaciones con quienes nos rodean y con aquellos que pretenden dirigirnos.
Introducir la idea de deseo hostil resultaría exagerado si pretendiese que los movimientos de mujeres que hoy han sacudido la historia del mundo surgieron modulados por ellos. El deseo hostil es un recurso que el psicoanálisis nos ofrece para pensar en términos personales y no en sacudones históricos. Pero la asociación puede permitírseme si recuerdo las escenas de las primeras sufragistas huyendo de la policía por las calles de Londres y la notoria diferencia con las actuales organizaciones de mujeres que, entrenadas durante siglos para tolerar frustraciones, hoy se organizan mostrándole al mundo cómo es posible cambiar los cánones de la obediencia impuesta como sometimiento. Hoy convive la hostilidad con el deseo hostil y el juicio crítico: las calles sostienen las consignas (que son texto), los gritos y las proclamas.
Fue preciso que las mujeres se opusieran a todo aquello que se les había atribuido como evidencia de sus imperfecciones e imbecilidades y paulatinamente construyeran juicios críticos que resquebrajaran las definiciones patriarcales. Había que mostrar el poder que tienen los pensamientos reflexivos, críticos y revolucionarios para sustituir la razonable hostilidad inicial por nuevos hechos históricamente inesperados e imprevisibles. Hechos que, desde la lógica hegemónica no deberían existir pero que no obstante surgen, se revelan de manera súbita e impredecible. Así lo definiría Badiou cuando se refiere a la aparición del acontecimiento que subvierte el sistema de creencias. La densidad de la obra de Badiou no merece este recorte banal, pero su idea de acontecimiento –mucho más compleja que mi reducción– permite nominar esta aparición del movimiento de mujeres que nos prometemos internacional.
Acontecimiento que importa reconocer porque proviene de una mayoría estadística: las mujeres somos el 52 por ciento de la población universal, circunstancia que inscribe nuestros movimientos en los hechos inesperados e imprevisibles.
También sabemos de la dificultad de quienes siendo mujeres quedaban encapsuladas en los mandatos que los varones imponen y no podían gestar ni hostilidades ni pensamiento hostil. Pero “el tiempo (que no) debe detenerse”, aliado de las mujeres, expertas en todas clase de esperas, ha ingresado en nuestras vidas como una variable que marca la oportunidad y convoca al acontecimiento.

* Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
** Publicado en Página/12 el día 6 de febrero del 2017