El Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, con la coordinación de la Dra. Eva Giberti, tiene como finalidad principal poner en conocimiento de la víctimas cuáles son sus derechos para exigirle al Estado el respeto de los mismos y la sanción de las personas violentas que la hayan agredido. De este modo, se busca que la víctima supere su pasividad y reclame por sus derechos.

jueves, 17 de diciembre de 2015

UNA ATAJO NUEVO EN LA TRATA DE PERSONAS

*La especialista propone asomarse a los ejercicios de las niñas y de las púberes en el chat y en Facebook, donde ellas acumulan “experiencias” que precisan devorar, ingenuamente. Y al nuevo camino que intenta la trata de personas con fines prostituyentes, adhiriendo al éxito que los pedófilos logran mediante el grooming.

Por Eva Giberti **
“(...) vemos que en los siglos XII y XIII, en España fue perseguida la prostitución y es entonces cuando esta laceria social logra un desarrollo hasta ahora desconocido (trata de blancas). (...) Los auxiliares de las rameras ejercían de tal modo sus oficios de tercería, que en las Siete Partidas de Alfonso el Sabio se les dedicó una ley especial: De los alcahuetes (...) Son una manera de gente de quien viene mucho mal a la tierra; ya por sus palabras engañan a quienes le creen y las traen a pecado de lujuria (...)”.
Manuel Gil de Oto, (sin fecha de edición, quizá 1915), Barcelona; La prostitución en el siglo XX. Editorial La vida Literaria.

¿Por qué escribir otra vez mencionando la trata de personas? ¿Referirse nuevamente a este delito con finalidad prostituyente? ¿No está todo dicho, todo sabido? Sin embargo, podemos alumbrar otros paisajes si nos asomamos a los ejercicios de las niñas y de las púberes en el chat y en Facebook, zonas de recorrido cotidiano donde ellas acumulan “experiencias” que precisan devorar, ingenuamente. Es una ingenuidad impregnada por las expectativas prometedoras de conocimientos “interesantes” que esperan encontrar en un mundo que ellas mismas han creado a la vera de pedófilos y rufianes. Lo gestaron tipeando, creando documentos y reproduciendo números telefónicos y mensajes. Una cultura propia que tiene más fuerza que las que pudieron insertar su familia o la escuela, con una lógica de producción, distribución y consumo (entre compañeras de escuela por ejemplo) que las independiza de las preocupaciones y ocupaciones que históricamente se suponían eran las naturales y esperables en ese período vital.
La centralidad de sus intereses está regulada por estos medios masivos, redes, oportunidades dialogales con desconocidos y algunas, muchas, no sabemos cuántas de estas niñas y púberes omiten los que se suponen deberían ser sus intereses quinceañeros –novios, amigovios, ropa, vocación, fiestas– para sumergirse en el chat y en el Facebook durante horas tejiendo “amistades” con sujetos que a veces se presentan como si fueran otros jóvenes pero también como varones interesados en ellas, para “conversar de cosas nuestras”. Así comienza el recorrido que continúa con la conexión que ella establece con una amiga o compañera a la que invita y en oportunidades concurren juntas a una cita. Esa cita se les aparece como misteriosa, con un suspenso encantador, que no precisa encontrar una niña tonta, una púber estúpida, le alcanza con una adolescencia curiosa, tentada, erotizada por su necesidad de avanzar utilizando los recursos que posee mediante las redes y el chat; porque ese poder es erotizante.
Las ansiedades propias de esta etapa vital, asociadas a las vivencias de desamparo y alerta ante un cuerpo que se modifica constantemente, así como el displacer que estos cambios pueden suscitar, reclaman cierta tolerancia necesaria para poder construir un mundo simbólico con pensamientos y aprendizajes de distinto calibre. La necesidad de proyectar sus ansiedades en los adultos cercanos es característica y se potencia con el deseo de “saber”; entonces la curiosidad, como una pulsión pujante, configura un cuadro de la pubertad históricamente descripto pero que actualmente encuentra recursos poderosos mediante las nuevas tecnologías.
En el ejemplo que introduzco, protagonizado por púberes –y aun niñas– las hormonas volcadas en el circuito sanguíneo no son ajenas a la tentación por ingresar en el mundo que las “especiales” mujeres de la tevé promueven con sus mohines, sus siluetas y sus éxitos resonantes.
La tentación de aparecer en los medios, de modelar para iniciarse como profesionales, de ser fotografiadas y conocidas ganando dinero que se supone suculento y fácil constituye la apertura, el intersticio donde un varón, investido como “galán” promete contactos novedosos, también sentimentales, para acercarse a sus futuras víctimas. La estrategia es la que siempre se utilizó; la novedad reside en la edad que las niñas y púberes en busca de estas aventuras mediante la aplicación de Facebook y chat.
Es el nuevo camino que intenta la trata de personas con fines prostituyentes, adhiriendo al éxito que los pedófilos logran mediante el grooming.
Es la información que paulatinamente ingresa en el Programa las Víctimas contra las Violencias y que la Brigada Niñ@s asume para proceder y advertir. Históricamente los pasos para incorporar víctimas a la trata eran otros, ahora la tecnología impulsa el ingreso por captaciones tempranas facilitadas por las escolares cuyas fotos posteriormente aparecen en Facebook, pero también las publicadas por sus padres, solicitando su paradero: “Que sepamos no tenía novio... tampoco chicos amigos, solo las compañeras de la escuela”. En el diálogo con estas niñas, rescatadas a tiempo porque los medios de comunicación alborotan masivamente, alertados por los padres, escuchamos cuál es la maniobra para juntar a varias púberes en un mismo lugar y ofrecerles encuentros “interesantes”.
Tanto los encuentros como la necesidad de espiar, paradigmáticos de las curiosidades que forman parte del ADN de la especie y constituyen un mecanismo de subsistencia, ilustran mitos arcaicos, asociables con mujeres.
Podemos discutir si fue la curiosidad que impulsó a Eva, el afán por conocer acerca del bien y del mal (que se sintetiza en “conocer a una mujer sexualmente hablando) o la tentación de tener el poder de Yaveh su padre y creador. Así perdió el estado de gracia original y se introdujo en el pecado. Dicen que la serpiente la tentó (la serpiente no era tal sino un ángel caído y exiliado después de la gran batalla contra Yahveh por el poder en el mundo), se le habría aparecido a Eva en el Edén con propuestas y promesas seductoras que ella escuchó.
Por su parte, Pandora, creada por Hefesto cumpliendo la orden de Zeus, llegó al mundo de los humanos portando una caja que guardaba todos los males y enfermedades que el Olimpo había seleccionado para los mortales. Pandora tenía orden de no abrirla, pero atrapada por su curiosidad la destapó. Así, todos los males se desparramaron en el planeta. No obstante logró cerrarla antes de que la esperanza, acuchada en el fondo de la caja, también saliera volando. Es lo único que nos queda a los humanos.

Historias descuidadas

Durante décadas nuestro país se mantuvo al margen de una legislación pertinente y de decisiones políticas operativas; los jueces que debían intervenir alegaban falta de legislación, las policías y la Gendarmería parecían distraídas o bien compartían los “beneficios” de las “wiskerías” asentadas en las rutas. Los movimientos feministas y alguna ONG eran quienes, anualmente, informaban al Departamento de Estado de Estados Unidos cuando éste enviaba cuestionarios para monitorear (¡!) el estado de la trata entre nosotros. Cuando en el año 2006 fui convocada por el Ministerio del Interior de la Nación para crear un programa que se ocupase del tema violencia sugerí la necesidad de una ley que se legislara para avanzar contra este delito. Así se generó la actual ley –siempre necesitada de ajustes– que la ex diputada socialista Barbagelata había reclamado años antes. Desde Misiones, la Coalición contra la Trata de Personas, liderada por Claudia Lascano, exigía intervención judicial con la legislación penal existente y lograba algunas detenciones, mientras algunos jueces en Buenos Aires, haciendo uso de esa legislación penal, Cillerruelo, Mirta Guarino y alguna otra jueza, intervenían y detenían rufianes, sin contar con una ley federal pero con decisión ética.
En el año 2006, estalló un escándalo en la ciudad de Bell Ville, Córdoba, debido a la detención del rufián que administraba el local Puente de Fuego, conocido en la zona por sus actividades prostibularias. Una de sus víctimas había logrado escapar e iniciar la denuncia que informó a todo el país acerca de la trata de personas. Información que no constituía secreto alguno. En esa oportunidad y dada mi intervención en la promoción de una ley contra ese delito viajé a Bell Ville acompañada por profesionales del Ministerio del Interior para presenciar el juicio. Página/12 publicó una serie de artículos preparados por Marta Dillon que describió meticulosamente los detalles de la ignominiosa historia, en la cual las víctimas prestaban declaración en presencia del rufián y de su compañera (a cargo de las mujeres esclavizadas). Quedó al descubierto el funcionamiento de este segmento de la red, “la compra” de las mujeres, su pasaje de un prostíbulo a otro, las amenazas mediante las cuales las mantenían encerradas (recordándoles el nombre de algún hijo pequeño o de sus padres), los engaños mediante los cuales las introducían en el “trabajo”, las fuerzas de seguridad como clientes, los remiseros que transportaban a los clientes y el trato inhumano al que eran sometidas: estas mujeres estaban obligadas a “atender” a doce o quince hombres por día, entre otras atrocidades. Las víctimas rescatadas contaron con la colaboración de un grupo de mujeres que desde una militancia religiosa aportaron ayuda y acompañamiento mientras prestaban declaración y permanecían detenidas. El periodismo se ocupó de publicitar el desarrollo del juicio y reproducir las preguntas del fiscal y de los jueces que se encontraban en una situación extraña, con asistentes que llegaban desde el Ministerio del Interior y mujeres provenientes de ONG conocedoras del tema. Empezaba a escucharse ruido allí donde todo había sido silencio y complicidades.
Un Estado como el que existía hasta el momento en que se sancionó la ley era un Estado promotor de desvalimiento psíquico y social para quienes son víctimas y para la comunidad aferrada a imaginarios y simbólicas que legitiman la existencia de la trata. O sea, una corrupción de las pulsiones sociales que bordean la pulsión de muerte o la convocan. De este modo se produce el enlace entre este delito y la esclavitud.
Los pensadores que no pensaron en trata pero sí en esclavitud.
Si admitimos una interpretación libre de Hegel sabemos que el amo de buenas a primeras se ve reconocido por un esclavo, al que no le asigna ninguna dignidad. En El Seminario VII, “La Etica del Psicoanálisis” de Lacan se puede leer: “Encontramos en Hegel la desvalorización extrema de la posición del amo, pues hace de él, el gran chorlito, el cornudo magnífico de la evolución histórica...” Sobrevalora la posición del esclavo quien reconocería el valor de la autonomía y de la libertad en el Otro –esta es su ventaja–, ahora sólo le resta imponérsele y superarlo.
El esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo. En este proceso se puede observar el sometimiento y adiestramiento por parte del esclavo ya que es él quien crea lo que el otro va a incorporar. Es el esclavo el que podrá evolucionar voluntaria y activamente, es decir, humanamente. No sucede de este modo cuando la subjetivación de estas mujeres ha sido interferida por el consumo de sustancias –drogas– golpes y amenazas sistemáticas, además de las violaciones cotidianas que las instituyen como cloacas, vertederos de semen de diez o quince sujetos por día.
En el análisis que realiza Lacan de los textos hegelianos escribe, en “Función y Campo...”: “El esclavo sabe que es mortal, sabe también que el amo puede morir, puede aceptar trabajar para el amo y renunciar al gozo mientras tanto; y, en la incertidumbre en que se producirá la muerte, espera”. Añade: “... a partir de lo cual vivirá, pero en espera de lo cual se identifica a él pero muerto, y por medio de lo cual él mismo está ya muerto.” Que constituye una excelente descripción de lo que suelen expresar algunas víctimas cuando dicen que se sienten como muertas. Están muertas para el mundo debido a la invisibilización de su existencia. No hay registro hasta la actualidad, de su vida como víctimas. En todo caso se las reconoce como prostitutas por el que se supone el gusto de vivir del producto que les aporta su sexo. El discurso social habitual genera un linchamiento semántico separándola en segmentos corporales/sexuales. Les gusta el dinero que ganan, el servicio que prestan mediante su cuerpo. Es el pensamiento que habitualmente encontramos en la comunidad.
Pero no es ése el punto, sino el estar muertas por no poder transformar la situación en la que se encuentran. La ley de estas esclavas es no poder pensar seriamente en liberarse, aunque algunas crean que van a poder cambiar su vida cuando hayan terminado de pagar su “deuda”, pero esa deuda es inextinguible: jamás finalizan de pagarle al rufián aquello que él les impone; deben restituir el dinero que se utilizó para su traslado (o secuestro), su comida, su ropa (¡!), sus remedios (raramente cuentan con alguna atención médica). Por otra parte, no disponen de medios concretos (papel, lapicera) donde poder anotar las sumas que le corresponderían por su “trabajo”. Es decir, carecen de posibilidades concretas para huir del encierro o/y fantasear con la huida.
Es posible suponer en ellas estados de apatía aterrada asociable a ese “sentirse como muertas”; quizás sustituirían las vivencias de dolor como desarrollo de afecto, buscando obtener un enmudecimiento parcial de los afectos para paliar la actividad tóxica de cada día.

El cuerpo

El suyo es un cuerpo que a veces finge el deseo –según el cliente– y en oportunidades no niega el asco, desobedeciendo el mandato del patrón; también el cliente es patrón, procede en sucesión de carnes torpes o tumultuosas pero que siempre arrastran. Arrastrar es la investidura permanente de cada acto sexual destinado a abolir la postura vertical ganada por los humanos, las humanas que fueron erguidas, ahora privadas de cualquier decisión. Ellas carecen, por intoxicación o historia personal, de mediaciones psíquicas que las ayuden a soportar la situación que supera la pérfida relación social establecida entre ella, el cliente y el rufián.
La escena corrupta comienza al asumir el camastro que se ofrece cada día, interminable e inevitablemente. Es un indicador translingüístico que aporta el sentido clave de la trata y que define espacio “privado”, distinto del espacio público donde se ofrece prostitución urbanizada en la miríada de cartelitos pegados en los tachos de basura y en los postes de alumbrado callejero.
Ella ya ha sido subjetivada como puta, por oferta y por presencia: éste es uno de los trucos de la trata, colocar a la víctima en la jaula, extorsionada y disponible, borrada del entorno mediante la pulsión de muerte socializada que se expresa en el delito tolerado y promovido por el imaginario a veces, otras por el fantasma: “la mujer sirve para eso”, insignia mayor del patriarcado. Que se torna extensible para la travesti y aquellxs personas trans que han sido incluidos en el régimen de la trata.
* Publicado en Página/12 el día 17/12/2015 
**Psicoanalista- Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Eva Giberti sobre el abandono de bebés: “No existe el instinto materno en la mujer"

Compartimos la siguiente nota realizada luego de una entrevista a la Dra. Eva Giberti, coordinadora del Programa Las Victimas Contra Las Violencias, en el programa de radio "Pazos en el aire" que conduce la periodista Nancy Pazos.

La Coordinadora del Programa “Las Víctimas Contra Las Violencias”, dependiente del Ministerio de Justicia, y presidenta del Consejo Consultivo del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, Eva Giberti, denunció que “el Estado no cuenta con instituciones de prevención en relación al abandono de las criaturas”.

En estos últimos días trascendieron tres casos en los que bebés recién nacidos fueron abandonados por sus padres. En declaraciones al programa de Nancy Pazos en Radio Uno 103.1, Giberti se refirió a la problemática del abandono de criaturas: “Esto tiene dos miradas: por un lado, la responsabilidad que le cabe al Estado; por otro, el accionar del Servicio Social, que toma el caso cuando el abandono se realiza en un Hospital, por ejemplo, que queda bajo la tutela de una institución”.

La especialista apuntó que “el tema es diferente cuando un niño queda abandonado en la estación de un subte por ejemplo. Ahí la criatura queda en una situación de vulnerabilidad más compleja, de riesgo. La mamá no pudo hacerse cargo de buscarle una zona de reparo a esa criatura. Estas mujeres se ven obligadas a entregar la bebé de buena o de mala manera porque no pueden hacerse cargo. Ahí es donde el estado tendría que cubrir la necesidad de esa mujer”.

Giberti precisó que el abandono sucede debido a que “no existe el instinto materno, es un mito, es algo con lo que cuentan los animales pero no los seres humanos. Las mujeres no tenemos esa obligación instintiva de amar a la criatura y de querer seguir adelante con ella porque ya estamos atravesadas por la cultura. La mentalidad femenina de ahora es ‘primero soy yo, primero mi vida’”. Y aclaró que esto “no implica que la mujer sea degenerada, ni maldita, ni mala gente, sencillamente no tienen un resguardo interno para hacerse cargo de una criatura”.

La psicóloga alertó del problema en algunos casos para las mujeres que quieren dar su hijo en adopción: “Se puede dar al bebé en los juzgados, en las fiscalías. Eso funciona perfectamente, cuando la mujer con su embarazo avisa a una institución. El problema reside en que la Institución le van a preguntar indefectiblemente por el padre porque la Ley así lo establece. Y es eso lo que la mujer no quiere, es justo de lo que está huyendo, no tiene intenciones de relacionarse con el padre”.

Finalmente, la especialista opinó que “hay que revisar el ‘derecho de sangre’ que es muy primitivo” debido a que prima ese derecho porque se considera “la familia del niño es la mejor opción”. “El problema es qué mensaje le llegará el día de mañana a esa criatura de la mamá que la dejó. Una cosa es la familia adoptante que está preparada para saber qué hay que decir, a la familia consanguínea de la madre que tiene un entripado ya con esa mujer y lo más probable es que baje línea”, sostuvo.

*Publicado en http://rouge.perfil.com el 17 de Noviembre del 2015 - http://bit.ly/1S1TQsz

lunes, 2 de noviembre de 2015

LOS CUADRADITOS

*Por Eva Giberti

**En Europa hubo épocas en las que algunas mujeres (pocas) eligieron vestirse como si fueran hombres para demostrar su protesta contra la opresión de los varones; también lo hicieron cuando pretendían ser escritoras/es. Para defenestrar la subordinación denominada femenina George Sand, que había nacido “como mujer”, ocupó un lugar en la historia no sólo por vestirse como varón sino por sus aportes y su relación amorosa con Federico Chopin. La historia es suficientemente conocida y George, no obstante su temperamente combativo, despertó la admiración de innumerables caballeros de su tiempo. Entre ellos Flaubert, quien en ocasión de su muerte escribió: “Había que conocerla como yo la conocía para saber todo lo que había de femenino en este gran hombre...” O sea la alternativa era insuperable: o era hombre o era mujer, tal vez los dos sexos en una misma persona, pero no solamente travestida, sino una mujer que pensaba como un hombre. Fenomenal confusión siempre oscilante entre los “dos únicos sexos”. Sin embargo una historiadora, Annelise Maugue, avanzó otra hipoótesis cuando escribió “Andrógina Sand, tal vez, pero puesto que tiene genio es esencialmente hombre”. 

Si bien en aquellos años se habían conocido “rarezas sexuales” solo se podía admitir que los sexos eran dos. Si existía algo más se evaluaba como aberración. No obstante, homosexuales varones y mujeres se hacían presentes en las diversas sociedades con mayor o menor aceptación por parte de aquella Europa del 1800 (la menor o mayor aceptación incluía la pena de muerte, por ejemplo en Inglaterra en el año 1836). De las personas homosexuales las comunidades se atrevían a opinar según las propias convicciones, pero quedaban pendientes “las rarezas”, la existencia de personas trans que no encajaban ni en los conocimientos habituales ni en la capacidad de convivencia entre los humanos.

El binomio hombre/mujer así como la aplicación del concepto de mayoría estadística como garante y gerente de normalidad, y la desestimación de las minorías evaluadas como “prescindibles” por ser estadísticamente “menores” en cantidad, aún hoy constituyen ideas atascadas en las corrientes históricas cuando se trata de visibilizar a las personas trasgénero. Al mismo tiempo se enciende un interrogante mayor: ¿por qué pensar que quienes NOS inscribimos con mayúscula en el Libro de la Vida (que según el Apocalipsis contiene los nombres de las personas a las que Dios les regalará vida) sintetizamos y representamos el universo de lo posible? Las personas transgénero, ¿no están inscriptas en ese Libro? ¿O sus nombres han sido borrados? ¿Por qué inferimos que las disciplinas que pretenden abarcar la explicación y el trato recomendable para convivir con las personas transgénero pueden tomar posesión y clausurar la comprensión y el conocimiento de aquello que los transgéneros sean? En realidad, correspondería certificar nuestras ignorancias. Escribo este tema desde el año 1997 y dialogo con personas trans desde entonces; siempre escucho un mismo reclamo: cuando es preciso completar un cuestionario para buscar trabajo, para identificarse, para alquilar, para hacer un trámite bancario (exceptuando algún banco privado) hay que llenar el cuadradito Sexo: Hombre, Mujer según el binarismo tradicional. Es decir, nos mantenemos en el primer paso del análisis ético, la negación de la existencia de quien no está dispuestx a incluirse en una de esas geometrías. No se reconoce a las personas trans ni se les concede lugar topográfico en el diseño que regula el ordenamiento de la página. ¿Carece de importancia el detalle? Quizás no interese para quien lea y no sabe que mientras mantengamos esta negación no avanzamos hacia el segundo paso de la responsabilidad ética que es la afirmación de la existencia del Otro quien tiene su estilo de ser que no es el que estadísticamente representa una mayoría. 

Y si no avanzamos en la afirmación bloqueamos la posibilidad de instalarnos en la conciencia ética y crítica que nos obliga a hacernos cargo del dolor malestar, injusticia, humillación que producimos. Discriminamos. ¿Solo por inercia? ¿Por ahorro, para no imprimir nuevos cuestionarios? No hagamos trampas. Contamos con legislación de avanzada para asumir identidades, disponemos de información distribuida en los medios de comunicación y cursos en las universidades, ley de cupo laboral para personas trans, libros para niños y niñas que hablan de la diversidad y los movimientos Lgttbi no pierden oportunidad para estar presentes en distintas actividades. ¿Entonces? La trampa reside en recitar las legislaciones y al mismo tiempo trabar lo doméstico y cotidiano que excede la inclusión de otro cuadradito para añadir al circuito Hombre Mujer anunciando la posibilidad de Otro género y dar cabida a una dimensión que las personas trans discutirán. La presión necesaria es la que describió Amancay Sacayán cuando narró cómo un hombre desconocido la había golpeado en una confiteria por su condición de travesti, cuál fue el procedimiento de gendarmería y el policial al intentar hacer la denuncia, negándole todo apoyo y cómo finalmente el Inadi intervino (Página/12, 23 de agosto de 2013). Persiste el intento de borrarlas del Libro de la Vida mediante trampas que nieguen su existencia civil porque su género no tiene lugar entre los cuadraditos o matándolas. De este modo las personas trans dejaron al descubierto la dificultad que padece un pérfido universo de humanos cuando se trata de asumir la responsabilidad ética de convivir con el género. La ausencia de un cuadradito alcanza para desmoronar los discursos que se pretenden de vanguardia.

*Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
**Publicado en Página/12 el día 24 de Octubre de 2015

viernes, 11 de septiembre de 2015

LA IMPLICANCIA, UNA CLAVE QUE NO SE NOMBRA

 Por Eva Giberti *

**Los protagonistas implicados en el ataque sexual se incorporan en el ámbito de la implicancia o ligazónligadura que significa estar implicado o haberse implicado. La implicancia remite a la situación pasiva de la víctima e incluye la actividad de implicarse mediante la acción transgresora que el adulto elige y que lo ciñe a un niño o niña. (Cuando me refiera a víctima utilizaré la concepción de Hilda Marchiori en “Vulnerabilidad y procesos de victimización posdelictivos, vulnerabilidad de las víctimas”, en Revista Victimología 12, Encuentro, Grupo Editor, Córdoba): víctimas vulnerables “son los niños, las personas discapacitadas, ancianos, también los adultos que son agredidos por grupo delictivos, el crimen organizado y muy especialmente la vulnerabilidad de la víctimas del abuso de poder. Esta ya extrema vulnerabilidad se observa en las víctimas que son elegidas por el delincuente precisamente por su vulnerabilidad e indefensión y por la impunidad de los delincuentes”.) Es un circuito móvil que abarca a la víctima y al victimario cuyos cuerpos circunscriben:
1) la acción del adulto que invade el cuerpo del niño (cuerpo/emoción; Scribano, A, “Sociología de los cuerpos/emociones”, en Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, Nº10, diciembre 2012 /marzo de 2013).
2) la criatura cuyo cuerpo/emoción la implica, involucrándola mediante la imposibilidad de oponerse de manera eficaz, al mismo tiempo que debe reconocer –por exceso– la cesión de su cuerpo/emoción.
La primera vez que sucede el niño o la niña están obligados a protagonizar algo que difícilmente haya sido “pensado” por ellos, si bien pudo formar parte de sus fantasías de despedazamiento del cuerpo, de humillación, aun la devoración del mismo por sujetos despóticos que lo someterían asociadas a la sensación placentera que podría suscitarle lo terrorífico. Se trata de fantasías propias de los niños, relacionadas desde la primera infancia a su mundo instintivo y pulsional, lejanas de su concepción como hechos reales, aunque en algunos casos podrían generar terrores y conductas de aislamiento espantados por sus propios fantasmas.
La fantasía y el temor de ser golpeados por sus padres (Freud, S. (1919), “Pegan a un niño, Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales”), particularmente por el padre, surge acompañada por la vivencia de humillación que resulta de esta fantasía. No podríamos superponer ni tratar como equivalentes el nivel fantástico y los episodios en los que la criatura se convierte en víctima. La perspectiva que aquí señalo es la que deriva de una hermenéutica referida al fenómeno de la implicancia –que no es un observable sino una inferencia a partir de los observables (comportamiento de los niños)– como componente necesario para el análisis de estos ataques por parte de los adultos y sus efectos en niños y niñas.
Un sentido de la palabra implicancia refiere a algo que no puede estar ausente sino presente como clave de los hechos que se establecen entre los protagonistas mediante episodios insertos y desarrollados en un tiempo cronológico , lo cual la torna móvil e histórica. Corresponde también que estén presentes los procedimientos claves por medio de los cuales la implicancia evidencia su eficacia: elección de historiales, consulta bibliográfica, psicoterapia con víctimas vulnerables, diálogos con profesionales de los equipos que asisten al llamado de quienes denuncian abusos, recolección de datos en archivos de hemeroteca personal, intercambio con colegas, escucha de madres y familiares que acompañan a las víctimas, encuentro con jueces y defensores de menores.
En el modelo que propongo, la implicancia es un continuo, una dimensión del tiempo subjetivado por la vivencia de haber quedado implicado según la narrativa de cada historial. Es tiempo/duración que existe según el estado de desvalimiento que haya producido como experiencia nueva en el niño. Es la persistencia del efecto del trauma que no se recorta solo en recuerdos y/o vivencias sino en las sensaciones del desvalimiento que son desconcertantes para el niño porque él ya no es él ,según las mismas expresiones de la víctima al decir “yo no era yo”. En ese misterio se apoya el continuo como una burbuja envolvente, algo que se sucede sin interrupción, repitiéndose y uniendo sus componentes (personas, circunstancias) entre sí en una implicancia insuperable.
La implicancia fue gestada y puesta en acto durante un tiempo cronológico, en un momento particular (el abuso repetido o coyuntural), se sucede mediante la rememoración, odiosa y temible para el niño o en la defensa psíquica disociativa o escindida intentando sumergirse en otra dimensión del espacio/tiempo buscando zafar(se) de aquello “de antes, de entonces” que lo envuelve y aísla como si su mundo psíquico estuviera dentro de una burbuja la cual se adhiere a los distintos momentos del día, donde la criatura debe convivir “normalmente”.
Este continuo es una trama de hilados gelatinosos y resbaladizos (como los que sostenían a Alien, el octavo pasajero, en la película dirigida por Ridley Scott), ante el intento de la víctima que desearía sujetar esa rememoración odiosa pero descubre la resistencia de esa textura que no se deja anudar para cerrarse, interrumpirse. Es un continuo que el niño habita por estar implicado y saber que así es (“lo sabido no pensado” al decir de C. Bollas en La sombra del objeto: psicoanálisis de lo sabido no pensado, ed. Amorrortu). Por eso es fatal mientras dura, sin que el tiempo cronológico la autorice a pensar, fantasear, desear un más tarde, un futuro del “ya se me pasará”. O bien una desmentida “no me pasó eso”, asociado a la imposibilidad, en los más pequeños (cero a cuatro años aproximadamente) para simbolizar una pregunta con palabras capaces de representar actos, situaciones y vivencias.
Para el atacante existe otra dimensión del continuo regida por el ritmo de sus apariciones e intervenciones en tanto la satisfacción y el placer obtenidos funcionan anticipando “la próxima vez” que integra la definición del continuo.
Esa cualidad del no cesar caracteriza las prácticas de las torturas que se enlazan en la espera de “la próxima vez” y se organizan como una estasis lenta y abarcativa, amplificante del momento en el que los hechos se sucedieron. Amplificante por la continuidad que actúa impregnando el psiquismo y la subjetividad del niño o la niña, sin más horizonte que su interioridad, donde no necesariamente encuentra el recuerdo de las escenas vividas. Se mantiene integrado en su medio, familia, escuela, con mayores o menores alteraciones, visibles o intuiblesiipero continuas ; la criatura mantiene su cotidianidad como un niño o niña, al margen de ser ahora un niño o niña “otro”/”a”.
El continuo que marca su tiempo/duración/persistencia diferente del cronológico donde los hechos se produjeron y que corresponde a ese “niño otro” ; procede como si se generasen dos campos : aquél donde todo permanece aparentemente igual (el niño crece, concurre a la escuela, etc.), pero la estasis del continuo lentifica el ritmo de crecimiento y evolución psíquica que podrían desarrollarse.
Un tiempo distinto se instaló en su interior como continuo: El espacio, los ritmos y los hechos dentro de la burbuja que circunda al niño no se desplazan; el niño conserva su vida, pero ese continuo que lo mantiene implicado con lo que le ocurrió incorpora un tiempo distinto, derivado de la carga libidinal de los actos invasivos. Los hechos sucesivos le acaecieron uno tras otro, no puede recordarlos con certezas pero sí se sabe a sí mismo implicado(comprometido) en ellos. Como si existiera una fuerza que succiona la presencia cotidiana del niño enajenándolo de sus actividades, lo pegotea con lo olvidado, reprimido, expulsado, conviviente y, al mismo tiempo, familiar. Es lo siniestro domesticado por la cotidianidad del psiquismo que habilita su presencia sin la verbalización de la palabra que”cuenta lo sucedido”,que es la que aporta existencia afectiva consciente y” estructuraría el inconsciente”.
La situación traumática mantiene su eficacia durante un tiempo que no conocemos. La economía libidinal puede regir la situación en el psiquismo del niño, y parecería útil incorporar esta dimensión del continuo en tanto y cuanto acusa presencia y registro consciente o preconsciente de lo sucedido

Cuerpos/emociones

La expresión cuerpos/emociones, tal como Scribano utiliza el sintagma (“La barra que inscribimos entre cuerpos/emociones implica una alusión sociologizada de sus usos en el psicoanálisis con la intención de mostrar la separación/unión, distancia/proximidad y posibilidad/imposibilidad entre objetos/discursos que le otorgamos a lo que ha sido pensado como subcampos dsciplinares separados, específicos distantes”), permite posicionar la idea de implicancia como un compromiso explícito entre los cuerpos/emociones de los participantes del acto abusivo y de quienes trabajamos con los datos pertinentes, las comunidades y épocas en las que se realiza y difunde el delito. Ya que la implicancia reclama los enlaces entre cuerpo y emociones unificados corporal y simbólicamente; no podría decirse “las emociones del niño” o “los ataques al cuerpo del niño”: serían frases inconsistentes. Es la expresión cuerpo/emoción la que sintetiza que es “allí en ese lugar de la palabra enhebrada” donde ocurrió todo aquello que define al abuso sexual , que incorpora determinado entorno.
Este autor se opone a la diversificación de una sociología de las emociones y una sociología del cuerpo y elige hablar de una “sociología de la experiencia” que entreteja cuerpo, emociones, acción colectiva, conflicto, ámbito(entorno) y producción ideológica. Este entretejido es un paradigma de los historiales de abuso sexual donde convergen todos y cada uno de los puntos enunciados por el autor.
Explica la utilización de los plurales de manera sintética: “el/los cuerpo(s) –al igual que la emoción– al ser considerados el resultado de la articulación de diversos/plurales espacios/procesos involucra en sus concreciones contingentes e indeterminadas múltiples determinaciones de lo concreto; (...). Ese concreto que es la escena del ataque y la seducción previa, el silencio del niño, la posterior revelación –o no– la credibilidad –o no– de sus palabras, las acciones de los adultos, la posición del abusador, la denuncia, el juzgado, el después y la escolaridad del niño. Para suturarse en los efectos del abuso sexual en el futuro.
El texto de Scribano explica la alternativa que ofrece el sintagme de esos cuerpos/emociones “que los impliquen (a cuerpo/emociones) e “intersequen”: como espacio desde donde, más que perderse las diferencias, se recuperan como parte de una banda mobesiana (...). La imagen de banda mobesiana corresponde, en mi texto, a la idea de continuo donde la situación en la que se encuentra el niño víctima que no logra zafar de esa vuelta sin fin que puede reconocerse desde cualquier ángulo que se enfoque el recuerdo, la reminiscencia, las sobras de la representación reprimida y el ritmo que la torsiona desde el interior del cuerpo /emoción , desde las declaraciones en tribunales o ámbito forense y los comentarios familiares,
La expresión cuerpo/emociones es útil como un operador “ designante del efecto espiralado que implica la relación “comienzo/paso/fin” estructurada tanto en los cuerpos como en la emociones”. Es un ritornello, un retornar a la idea de continuo como efecto espiralado que torna y retorna en un sinfín e implica un circuito que para la víctima constituye historia ,no siempre con un fin, pero con un comienzo inolvidable.

*Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias
**Publicado en Página/12 el día 10 de septiembre de 2015

ADOPCIÓN Y ELECCIONES PRESIDENCIALES


*Por Eva Giberti

La reunión familiar se había armado inesperadamente. La solicitud del hijo adoptivo apareció sin que se la esperase. Con motivo de la última votación, el hijo mayor, con sus dieciséis años, había planteado un argumento imprevisto: “Si voy a usar mi documento para votar necesito conocer a mi mamá, saber quién fue, por qué me puso en adopción. Y si tengo hermanos. Yo quiero ir a conocerla antes de votar...”
El derecho a conocer sus orígenes, anterior al actual Código Civil, es indiscutible; podían encontrarse diferencias en cuanto a la edad de los hijos para que empezaran con ese trámite, pero les asiste ese derecho.
El argumento de la votación era un distractor, un desplazamiento muy efectivo que el hijo había compaginado para reclamar por su “derecho a saber”. Reproducía de ese modo una situación en la que fue una hija adoptiva, en otra oportunidad, quien había elegido el mismo argumento. Como si instalarse en la nómina de ciudadanos, reconocidos como tales mediante el voto, los autorizase a un derecho del cual oficialmente gozaban.
La relación hijos adoptivos y votación de un candidato político encuentra, en estos dos historiales, una culminación explícita mediante un discurso concreto: “quiero conocer a la mujer que me tuvo”, o bien “a mi mamá de veras” o “a mi mamá de antes”, según haya sido la elaboración que cada adoptivo realice de esa información inicial proveniente de los padres: “Estuviste en otra panza”.
Pero los diálogos con los adoptivos adolescentes, si tienen que votar, parecen desatar sensaciones y curiosidades que permanecían en silencio, adormecidas o negadas, por lo menos de acuerdo con lo que apareció en las consultas desde que los dieciséis años garantizaban una nueva identidad: ser reconocidos como aquellos que podían elegir a quienes habrían de representarlos, también gobernarlos.
Parecería que necesitasen incorporar un nuevo interrogante acerca de “Quién soy”, como si dijeran: “Mi país ahora me convoca para que haga lo mismo que todos los ciudadanos, pero resulta que yo no soy como todos porque vengo de otra historia”.
No resulta complicado explicarles e interpretarles que el tema de fondo no reside en la votación sino en volver a pensar en su identidad y reconocer que ser adoptivo forma parte de una constitución familiar legalmente instituida, pero surgen dos tipos de problemas: aquellos que implementan el derecho al secreto del voto y se vuelcan sobre el secreto de sus orígenes para poder hablar del tema, y los otros, como en los dos historiales que cito, que recurren a la votación como forma de desentrañar el secreto reclamando conocer a la madre de origen. (Debo aclarar que solicité la autorización de estos adolescentes para poder escribir acerca de este tema.)
El diálogo con ellos debió alternarse –en alguna oportunidad– con la consulta de los padres que no esperaban esta complejización de la adopción: “Veníamos muy bien, nunca tuvimos problemas con él, siempre supo que era adoptivo, parecía que lo había entendido y ahora aparece queriendo conocer a la que llama su mamá como si nosotros no fuésemos sus padres...”
Hace cincuenta años que explico, escribo y difundo que la preparación para una adopción está muy lejos de pensar exclusivamente en “los niños y las niñas que se adoptan”, más aún en “los bebés que se reciben en guarda”. Cuando los hijos adoptivos crecen, pueden imponer sus derechos desde lugares impensados que movilizan la calma lograda por la familia adoptante; así sucede en estos historiales que merecerían dedicarles un capitulo titulado “La adopción y las elecciones para candidatos a diputados, senadores, intendentes y presidentes”.
Este reconocimiento del hijo adoptivo en calidad de votante asociado con el secreto del “cuarto oscuro” –alterado por la ausencia del mismo en las votaciones que no lo instalan detrás de una puerta o cortina– parecería arrastrar el doble juego del secreto y el reconocimiento de una nueva identidad, al incluirse los adoptivos en el universo de los votantes que serían como una nueva “familia” con características propias no necesariamente sintónicas con los adoptantes. Más aún, una adolescente me decía: “Si en mi familia esperan que yo vote a Fulano, ¡nunca! ¡Yo voy a votar a Zutano!”
La cuestión reside en la desobediencia autorizada por la intimidad del voto, también en el argumento para demandar: “Ahora me corresponde conocer a mi mamá de origen”. Y para los padres hacerse cargo que al adoptar se asume la responsabilidad por un futuro adulto: la convención de los Derechos del Niño es explícita: hasta los 18 años se consideran esos derechos.
Con la votación a los dieciséis años fue preciso reformular el acompañamiento de los padres adoptantes porque tanto la aparición de una nueva independencia por parte del adoptivo (para seleccionar candidatos políticos), como la utilización del acto de votar como crecimiento identitario: “Quiero conocer a la mujer que me tuvo, a mi mamá...”, producen una inquietante, sí que fecunda, movilización moral y cívica en las familias adoptivas.

* Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias. 
**Publicado en Página/12 el 3 de Septiembre del 2015

lunes, 31 de agosto de 2015

Eva Giberti- Bajada de línea- Canal 9

Compartimos el siguiente vídeo con las distintas intervenciones de la Dra. Eva Giberti, coordinadora del Programa Las Victimas Contra Las Violencias, en el programa "Bajada de Línea" que conduce el Sr. Victor Hugo Morales.



lunes, 27 de julio de 2015

Adopción y géneros

        Por Eva Giberti

Adoptar a un niño no es lo mismo que adoptar a una niña. Si bien durante los primeros años de vida parecería que se trata de “los chicos” como una universalización de los hijos, a medida que transcurren los años los géneros aportan algunas características propias.
Como una circunstancia no necesaria, pero que atraviesa la historia de las familias adoptantes, con una hija/niña puede instalarse, coyunturalmente, un embarazo de la hija adolescente, no deseado por los padres.
La idea y la fantasía de hija adoptiva embarazada en un futuro –al margen del proyecto parental– existe desde el comienzo de la adopción y aun antes, cuando adoptar es solo necesidad y/o deseo. La relación madre/hijo/varón adquiere características propias, subjetivas de cada vínculo sin que necesariamente se introduzca un embarazo posible como irrupción en la vida de quien fue adoptada.
La relación hija/madre en adopción está marcada, signada (en tanto constituye un signo que la identifica) por el avance imaginario, fantasioso, de la madre de origen que forma parte de los pensamientos, sensaciones e imágenes de la adoptante como caudal consciente o no.
La sospecha, el temor, la fantasía, en relación con un embarazo “antes de tiempo”, en tanto garante de la fecundidad de esa hija adoptiva, forma parte del horizonte familiar cuando se adopta una niña. En oportunidades se alcanza a comentar como temor de la madre adoptiva al incorporar una posición sospechante o sospechadora: “ Y... no sé... quizás resulte que la hija siga los pasos de su madre biológica y quede embarazada cuando no debería... Cuando veo a la nena con tantos chicos alrededor me da miedo...”
Lo cual advierte acerca de las características posibles en la relación madre/hija adoptiva que añade un suspenso en la que tradicionalmente y como fenómeno general fue estudiada como “devastadora” relación entre madres e hijas que Lacan clasificó como “estrago” y que Freud anticipó en uno de sus textos. Como si fuera muy difícil que pudiera existir paz entre ellas, más allá de las exitosas, excelentes relaciones que las lectoras pudiesen reconocer en ese vínculo.
La “devastación” y el “estrago” son conclusiones a las que se accede mediante experiencias psicoanalíticas, pero en el campo de las adopciones, esta relación tiene características que la diferencian de la adopción de niños varones: de allí la necesidad de distinguir, cuando se piensa en adoptar y cuando se trabaja con las familias adoptantes, las múltiples significaciones de la diferencia mujer y varón.
Esta advertencia suele rechazarse en los momentos iniciales de los trámites y en la preparación para adoptar: “Nosotros queremos un hijo... No nos importa si es una nena o un varón, como sea, lo vamos a querer como un hijo...”. Efectivamente, así sucede; pero a los hijos y a las hijas se los ama sin desconocer su género. E incorporar a una hija mujer, que introduce en la familia adoptante la posibilidad de un embarazo temprano, ajena a las expectativas de los padres, implica una relación que tramita la presencia de la madre de origen compartiendo el grupo familiar como figura ausente e ineludible.
Las madres adoptantes suelen afirmar que cuidan a sus hijas/niñas, las advierten mediante una educación sexual cuidadosa, enhorabuena.
En paralelo la hijas adoptivas son quienes elaboran su relación con esa madre adoptiva y la comparan con la de origen, de quien provienen. Y ese diálogo imaginario es –habitualmente– ajeno a los intercambios con la madre adoptante. Forma parte de las posesiones de la adolescente como capital segregado de la familia adoptante, y también de sus derechos personalísimos.
El diálogo imaginario de esa púber o adolescente con quien la engendró posiciona a la madre adoptiva al margen de esas escenas: ella no podría hablar de los embarazos a partir de su experiencia.
Algunas hijas adoptivas adolescentes eligen frases crueles para enfrentar el tema:
“Ella –la adoptiva– es falsa porque no sabe lo que es ser madre, no me tuvo a mí, me crió solamente...” Afirmación en la que se arriesga infiltrar una posible identificación, un “ser como la otra” (la de origen), que fue madre “de veras” porque pudo parirla a ella. Son avatares que se deslizan silenciosamente en las intimidades de madres e hijas, sin intercambiarse verbalmente aunque en alguna oportunidad surge la confidencia adolescente y borda la trama de los amores maternos y filiales.
Estas observaciones, recortadas de entrevistas con familias adoptivas que puedo reconocer como históricas conducen a la necesaria actualización de otros niveles de análisis que durante décadas se presentaron en la consulta y hoy proponen otras realidades.
En la actualidad, las clásicas alternativas entre padres adoptantes e hijos/as se encuentran amarradas a la comprensión y conocimiento de aquello que denominamos género. Cuando, hace algunos años, un padre adoptivo, furioso, me dijo: “Yo no adopté a mi hijo varón para que se me haga homosexual”, incorporaba una variable semejante a la que en otra oportunidad, también a cargo de un padre, se afirmara: “Ahora resulta que a mi hija le gusta más estar con otra mujer en lugar de tener novio... No lo vamos a tolerar...”
Ambas circunstancias –diálogos en consultorio– dejaban al descubierto el asombro indignado de estos padres coincidente con una intolerante visión de los deseos y posibilidades de sus hijos y un reconocimiento de su opción por una hija mujer/mujer y de un varón/varón. No habían adoptado “anormales” sino niños y niñas sujetados a sus posiciones anatómicas y socialmente “ordenadas”.
Es decir, si adopto una niña, tendrá que comportarse como una mujer, lo mismo si adopto un varón. El género en la relación con los hijos adoptivos, si bien se asemeja a lo que podría suceder con quienes no son adoptivos, se diferencia porque en la adopción esa criatura no llegó por “cuenta propia” y como resultado de un engendramiento de la pareja, sino ha sido tercerizada por la ley de adopción, por un juez, a quienes habría que reclamarles por el desorden de sexos que el deseo de los hijos e hijas produciría al avanzar con perspectivas de género que no coinciden con las convenciones “normalizadoras”.
Las perspectivas de género se han introducido en los ámbitos de la adopción con la potencia propia de los derechos humanos y de las diversidades.
A la tradicional complejidad entre la madre adoptante y la hija adolescente, que más tarde será una mujer que quizás pretenda engendrar y que siendo adolescente podría suponer una incógnita para la adoptante, se añade la imperiosa realidad de las diversidades que no necesariamente fueron previstas en los trámites e ilusiones del adoptar.
Adopción y géneros: todavía mucho por comprender entre madres e hijas adoptivas; mucho por aprender en las familias adoptantes cuyos hijos e hijas declaran su autonomía de género.

*Publicado en el diario Página/12 el día viernes 24 de julio del 2015

miércoles, 3 de junio de 2015

Una piensa que...

 Por Eva Giberti

Algunas frases del decir popular clamaban, entre críticas y desconcertadas: “¿Todo este barullo porque mataron a varias mujeres? ¡Matan a tantos hombres todos los días! Y nadie hace nada. Ahora está de moda hablar de violencia de género, o familiar... Siempre pasaron estas cosas... Ahora es para hacer política...”

En las bares, boliches y espacios históricamente masculinos se bate el parche contra la Convocatoria de hoy, con la que tropieza el patriarcado despótico.
También en alguna sesión psicoterapéutica se infiltra el fastidio y la queja de aquellos varones sobrepasados por el escándalo que el este encuentro significa. El escándalo no es la muerte de las mujeres, sino la vida de ellas, como siempre, pero más que siempre, levantando la voz... Voces insoportables cuando definimos que se mata a las mujeres porque son mujeres, cuando se elige el alarido para hacerse oír, se desbaratan los silencios impuestos y se transitan las calles promoviendo los caminos del reclamo y la denuncia.

“¡Pero esto es pura agitación!... A las suegras dan ganas de matarlas, a las putas hay que explotarlas, a las minitas hay que acosarlas, porque siempre fue así y ahora no pretendan cambiar lo que ya se sabe cómo funciona.”
A tales principios falta añadirle: “Y yo con mi hija/niña hago lo que quiero y a mi empleada le pago menos que al varón”.

No obstante, en ese clima cotidiano –desde las mujeres– brotó la indignación ante los femicidios; un clima que está impregnado por los chistes denigrantes hacia la mujer, por los programas de tevé que fogonean el machismo y las emisiones radiales donde las locutoras están obligadas (¿?) a reírse permanentemente festejando no se sabe qué, siempre aportando una imagen de complacencia con el conductor. (No me digan que también hay mujeres asesinas, porque la frase es parte del clima que aloja a los homicidas.)

En ese clima la Convocatoria dibuja un horizonte donde la palabra es un recurso que habilita el pensamiento e impulsa la acción que se instala en las calles. Se impone el nombre mayúsculo: ni UNA menos, para que de una buena vez las mujeres, cuando hablemos de nosotras mismas no digamos UNO, sino UNA como corresponde: “Una piensa que...” Y propone un universo donde todas estemos presentes, ni UNA menos.

Así sucede en compañía de los varones que acompañen, aprendiendo a pensar cómo modificar ese clima en el que crecieron y muchos propiciaron, hasta ahora. El horizonte separa, Convocatoria mediante, la vida de la muerte. Horizonte que las mujeres estamos diseñando desde el principio de los tiempos, sin retroceder, actualmente proponiendo una acertada consigna que denuncia la crueldad como hábito, las impunes libertades de los violentos y rescata las voces de las mujeres presentes en la ausencia de sus muertes.

*Publicado en Pagina/12-el día 3/6/2015

martes, 26 de mayo de 2015

Violencia, ¿de género?

 Por Eva Giberti


La comunidad está satisfecha. Con la conciencia tranquila. Se encontró la frase que encubre la violencia contra las mujeres protagonizada por varones: violencia de género. No se sabe a cuál género se refiere. De ese modo queda en la penumbra la violencia patriarcal, la violencia machista, los ataques asesinos, las torturas, las impunidades, las complicidades, mientras las víctimas exhiben sus historias en los medios de comunicación.
Lo cual tranquiliza más aún las buenas conciencias de quienes miran y escuchan los avatares y penurias de esas mujeres golpeadas y se sienten aliviadas porque ahora “por lo menos se puede hablar del tema”.

Se habla y se averigua si hay más o menos violencia que “antes” o si se trata de una mayor difusión del tema. Se habla de las víctimas y de las posibilidades de prevención, se reconoce que “algo se ha avanzado” (menos aquellos rabiosos/as que insisten en que “no se hace nada”, negando las múltiples prácticas con las que se ha avanzado durante los últimos años); se habla de todo pero mucho menos de los varones violentos que ejercen poder.

En oportunidades se ilumina un pantallazo en tevé mostrando la cara de Fulano que debía cumplir prisión por “lesiones graves” pero que está en libertad, o se escucha el nombre del que se escapó después de intentar matar a una adolescente, pero las discusiones e intercambios entre oyentes, profesionales expertos, conductores de programas, editorialistas y comentaristas promueven la idea de género que, como sabemos, incluye a todos los géneros posibles.

La nueva trampa, destinada a silenciar la violencia de los varones, cumple la función de tranquilizar a quienes podrían preguntarse si el compañero con el cual conviven y tiene “carácter fuerte” será un posible golpeador u homicida. Hasta el momento solamente se trataba de un insulto diario o una descalificación permanente, cotidianidades que tapizaban los diálogos con la mujer, sin que ella advirtiera que así comienzan los futuros golpeadores. El tema abre la posibilidad de advertir a quienes aún dudan acerca de los modales e intenciones del compañero.
Importantes textos y programas en los medios ilustrados por profesionales conocedores del tema, con participación o testimonios de víctimas y testigos, difunden las noticias, las imágenes y las consecuencias de estas violencias. Sin embargo, se mantiene pendiente instalar el alerta para aquellas mujeres que conviven tolerando malos tratos como el preludio de una violencia mayor. Empezando por las adolescentes que en sus celulares sobrellevan los múltiples llamados del muchachito con el cual “salen” y piensan que esos contactos, cada hora, son producto del amor cuando en realidad se trata de una forma de control para saber dónde y con quién está.

Al hablar de violencia de género –frase que ganó el fervor popular– no sólo se mantiene oculta la expresión violencia contra las mujeres que inevitablemente compromete a los varones, también se los protege al impedir que la imagen masculina ilustre el imaginario social como sujeto al que es preciso educar superando los cánones del patriarcado destructor. De este modo, el varón queda aislado de la idea de violencia y de responsabilidad personal y social. Al no oponer la preposición “contra”, asociada a mujer (violencia contra las mujeres), el actor de dicha violencia queda fuera de la escena y en su lugar la palabra género asume un falso protagonismo.

Más allá de la trascendencia filosófica y social que implica la inserción de la idea de género en la convivencia y en los ordenamientos y aperturas sociales –que debemos agradecer a los movimientos de mujeres y al feminismo que no cesa de discutirlo– su aplicación en el área de las violencias autoriza a preguntarse los motivos del éxito de “violencia de género”.

Uno de ellos, ignorar la existencia de la ley 26.485, de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ambitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales, texto encabezado de acuerdo con aquello que los hechos y la historia significan. La difusión de la idea de género –aplicada en lugar de violencia contra las mujeres– actúa como una barredora, como una ola gigante que se traga y deglute esta violencia que determinados varones promueven. La expresión fue elegida por la comunidad como expresión válida y certera de sus intereses. Permanece como expresión del escándalo que las muertes y las golpizas representan. Enhorabuena se avanza, se piensa y se interviene en la situación de las víctimas; la noticia emigró de la sección Policiales de los periódicos para ingresar en el ámbito de Sociedad y como encabezamiento de los noticieros. No obstante, cabe preguntarse ¿qué sucede para que se omita hablar de violencia contra las mujeres de acuerdo con el texto de la ley?

*Publicado en Página/12 el día 14 de Mayo del 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

“Decir abuso sexual infantil es una simplificación que encubre al adulto”

El equipo de violencia sexual del Programa las Víctimas contra las Violencias que dirige la médica psicoanalista Eva Giberti está formado sólo por mujeres y actúa cuando aparece una denuncia. Las llaman desde la comisaría y van, no se despegan de la víctima para asegurar que no sea revictimizada en la comisaría, el hospital o su casa. Además de tener un registro de todos los casos según edad, tipo de abuso y sexo, Eva Giberti tiene claro que los casos no avanzan por trabas de una Justicia que califica de patriarcal. *

 

¿En qué se diferencia el abuso sexual infantil de la violación?
El “abuso sexual infantil” no existe, es la costumbre de hablar mal, de simplificar. No hay abuso sexual infantil, porque infantil es un calificativo de abuso y el abuso no es calificable como infantil. La forma correcta es decir: “Niños y niñas abusados sexualmente por adultos”. De la otra manera queda encubierto que el adulto es el responsable. Dentro del abuso están los incestos, palabra que fue sacada de nuestro Código Penal para lavar el acto con la expresión: “violación agravada por el vínculo”. Violación o incesto es la penetración del adulto a una criatura y se produce en el 90% de los casos por el padre a su hijo o hija.
¿Qué pasa con esos chicos y chicas?
Lo que sucede y cuesta entender y aceptar, es que este tipo de “acariciamiento” puede ser placentero para la criatura, que cede porque esas caricias estimulan sus resortes sexuales. Entonces el niño encuentra, o la niña, que es placentero aquello que se le está haciendo y éste es uno de los problemas más serios porque sostiene la práctica del seductor, que no avanza con la fuerza física. Éstas son las formas de iniciación del abuso, que suelen ser encubiertas en forma de “manoseo”. En general los abusadores son hombres, lo que no excluye que a veces haya mujeres que buscan ese tocamiento.
¿Es cierta la teoría del abusador abusado?
No es una teoría, es un mito y es grandilocuente llamarlo así porque el mito es algo serio. Esto es una pavada. Es una creencia interesada, porque si el violador o abusador empezara por ser una víctima sería entendido o perdonado, justificado. Si esto fuera así, las mujeres seríamos violadoras, mucho más que los varones. Ésta es una de las tantas trampas que utilizan los adultos: ese sujeto por haber atravesado una situación dañina, a los 20, 35 o 43 años se transforma en violador. No hay manera de justificarlo técnicamente. No hay ni teoría sexológica ni psicológica que vaya a decir que una violación temprana conduce en la adultez al desencadenamiento de la pulsión de poder, que en realidad es la pulsión que moviliza el ataque sexual.
¿Qué es la pulsión de poder?
Es una necesidad de utilizar a alguien indefenso y puede ser a través de la seducción. La seducción también es un ataque. Quien está seducido o atacado queda en manos y a disposición del seductor y es eso lo que lo excita. La experiencia sexual viene en segundo lugar.
¿Cuáles son las consecuencias?
No pueden clasificarse por sus efectos. No todas las criaturas que han sido victimizadas por violación o por abuso van a tener 10 años después síntomas acordes con ese episodio. Es mucha la gente que es abusada y violada desde niña y sigue viviendo sin que este episodio le obstaculice definitivamente la vida. En cambio hay otros seres humanos que quedan mal marcados, por ejemplo aquellos que son sistemáticamente abusados o violados. Entonces el efecto de los abusos depende del tipo de abuso, de su reiteración y de los recursos que la criatura tenga para poder resolver lo que se suele llamar resilencia, que es la capacidad de reacción y superación que tenemos los seres humanos respecto de situaciones traumáticas.
¿Cómo se ve el abuso en los chicos?
Muchas cosas: que no se hacía pis y se hace, el insomnio, pesadillas, cambia la conducta en la escuela. Las maestras se dan cuenta antes que los padres, porque el chico cambia o la nena llora en los rincones, se pone agresiva con las amigas, no quiere salir al recreo. Las maestras son grandes colaboradoras. Los más chiquitos no quieren que los bañen.
¿De qué depende que el niño pueda contar o no?
De cada niño o niña. Si la mamá o el papá son cuidadosos pueden advertir que hay cambios en los juegos y en las conductas y muchas veces es útil decirle: “Haceme un dibujo de lo que quieras”, o “un dibujo de cuando vas a jugar con el abuelo”. Fijate la figura que elijo, porque es reiterada, dejás al abuelo para que cuide a la nena y la mamá no sabe por qué se toca la vulvita y se irrita. No se toca ella la vulvita.
¿Por qué las madres no nos damos cuenta?
¿Por qué vas a garantizar que tu amor ha sido tan inteligente y sensible que eligió a una persona respetable? Éstos son los mecanismos narcisistas de cada uno. “Cómo me iba a imaginar que Fulano a quien yo amé”, “cómo puede ser que la persona que yo elegí para amar y para tener un hijo le hace esto”. Porque cuando vos te enamoraste no estaba a la vista, una no pone al otro bajo sospecha. Lo digo para que las madres no se sientan culpables, una no puede hacerle un test a cada novio.
¿Y una campaña?
No sirven si no son permanentes porque se multiplican las denuncias y después caen. Deberían ser sistemáticas, pero es muy doloroso. El juez tiene que creer en la verosimilitud del chico y rápido, porque defensivamente la criatura va deformando el recuerdo para salvarse del horror. Los que llegan a la Justicia tienen que tener un buen abogado, que empuje el expediente. Para no perder tiempo. Y tomarle el pulso al juez, que si está muy preocupado por la “revinculación” del chico con el padre, ahí es donde perdemos. Si el juez, ideológicamente, quiere que el padre no sea acusado, ¿cómo voy a decir que el padre es un delincuente? No puedo porque ataco a la familia y no puedo atacar a la familia: ése es el discurso jurídico patriarcal.


*Entrevista realizada a la Dra. Eva Giberti, coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias, por Valentina Herraz Viglieca periodista de Diario Z. 

 

miércoles, 18 de marzo de 2015

9 años del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias

Compartimos a continuación el siguiente video, elaborado por l@s Trabajador@s del Programa Las Victimas Contra Las Violencias, que condensa y resume algunas de las actividades y trabajos realizados a lo largo de los nueve años de existencia del Programa.



miércoles, 25 de febrero de 2015

La mirada erótica

Por Eva Giberti

Erotismo y mercado es un viejo truco, exitoso. En la Modernidad tardía el cine lideró el territorio con enjambres de películas inolvidables, de las antiguas y de las nuevas, pero siempre habitadas por un público mixto: hombres y mujeres querían verlas.

De repente un alud fílmico se feminizó y parecería que las Cincuenta sombras de Grey ha sido signada como predilecta por las mujeres.

Que el erotismo es cosa de mujeres se mantuvo en secreto para quienes quisieran saberlo. Era preferible ignorarlo, en todo caso se hablaba y se vivían libertades sexuales, que es otro cantar.
El erotismo es cosa de mujeres en relación consigo mismas y con quien sea su pareja en tanto y cuanto la Erótica –que es una disciplina en formación– atiende poco al placer, que se mantiene ocupado en busca de satisfacción, y se dedica al goce que profundiza las sensaciones alargándolas y postergando su final.

El erotismo compromete al Yo de quien lo habita y se desentiende elegantemente de la satisfacción instintiva, súbita y espectacular, para tensar “lo que todavía no”. Porque es preciso que se extienda el tiempo de gozar con todo el cuerpo; para lo cual espontáneamente se cierran los ojos, que es una manera de privarse del segmento visual del gozar.

En otros tiempos las películas porno no eran espectáculos para mujeres, porque eso no era para que ellas las vieran. Sin embargo, en los frisos o restos de Pompeya que aún persisten, ellas sostenían la mirada, abierta, sabiendo que se trataba también de mirar; registrar el placer o/y el goce en la cara del otro o de la otra como capítulo inevitable del erotismo.
El hecho es que, a pesar de las libertades sexuales ganadas por las mujeres, poca atención se le había dedicado a la mirada como una forma mayúscula de la transgresión: mirar lo que no ha sido hecho para que todos lo vean, así fue en la historia de la humanidad con las mujeres.

La transgresión es una variable mayúscula del goce, aquello que se opone a la descarga instintiva y orgásmica, transgrediendo la resolución final para postergarla indefinidamente hasta que todo el cuerpo registre el gozar. Cuando la espera, que es una experiencia de género (esperar la menstruación, esperar el signo de embarazo, esperar el parto, esperar la menopausia), marca el tiempo de lo que cada cual elige para sí misma; esta vez el fenómeno se popularizó y la cuestión no es sólo con una misma, sino entre todas. “Vamos a ver aquello que promete el libro de las Cincuenta sombras de Grey porque la letra no me deja ver, quiero la imagen” que Sade se había empeñado en ocultar entre los libros prohibidos en yunta con su pariente simbólico Masoch.

Intuyendo que allí, con la mirada alerta, se encontraría un segmento de la tensión que a la libertad sexual le estaba faltando; se trata de legitimar esa tensión que no tiende a resolverse ni a satisfacerse porque no es una cantidad que se alivia, sino una calidad destinada a calificar pensamientos, sentimientos, reconstruyendo las relaciones con las cosas de la cotidianidad.
Ir al cine a ver las Cincuenta sombras de Grey –no me refiero al argumento– es una sublevación contra la espera pasiva de modo que la tensión se apropia del propio deseo.

Una tensión que habla del refinamiento erótico que se obtiene en el gozar de lo que no había sido habilitado hasta ese momento en el que se disponía de libertad sexual, cercana de lo erótico pero pudiendo ser ajeno. Tensión que incluye la anticipación que cada cual incorpora si se trata de comprar una entrada y concurrir, curiosa y anhelante; allí existe una mujer gozante porque todo lo que pudo ser fantasía ahora sí, ahora puede aparecer. Porque se convocó la mirada para incluir los gestos y las acciones que el libro sólo autoriza imaginar.

Mientras ella es público puede “ver todo” como una ilusión, como en la pornografía se pretende “mostrar todo”, como una traslación de sentido, o sea la transformación en algo permitido de lo que sea “todo”, incluyendo lo prohibido.
Es el advenimiento de la mirada de la mujer, una vez desvelado y develado el velo del pudor (palabra que existe en el diccionario) y la prohibición de acceder por curiosidad al ámbito de lo público. Que no se resolvió previamente con la compra de juguetes sexuales y concurrencia a los pornoshops, recorridas que si bien son actuales no están en lo habitual de las compras de las mujeres.

Develación que no queda a cargo del varón que podría describir (algunos de ellos) prácticas escasamente conocidas por la población en general, sino del público femenino que se decidió a insertar la legitimidad de su mirada logrando saberes y conocimientos. Y registro autorizado de la propia erogeneidad que sólo suponía en sus fantasías.

A diferencia del porno, irremediablemente repetitivo, el encuentro con una película que ofrece el suspenso del erotismo mediante la mirada posiciona a quienes quieran verla en un encuentro eminentemente erótico, pero no por lo que la película le muestra y le cuenta, carente de novedad, sino por la decisión de ser público, introduciéndose en los intersticios de la erogeneidad. Que siempre anuncia “lo que está por venir”, que se posterga y que “algo” que está por llegar puede cambiar y convertirse en otra cosa, donde lo inesperado es la clave. Lo inesperado de un film que no se rescata por su argumento ni su producción, sino por sus efectos: lo inesperado de un juego erótico más refinado, con un compromiso erótico personal que las turbulencias porno no ofrecen.

La aparición de “otra cosa” que no sea el orgasmo conocido, lo inesperado del goce en la intimidad silenciosa de una sala que autoriza que la propia mirada sea pública para recibir lo no sabido que no proviene sólo de la pantalla, está inscripto en el deseo de quien compró la entrada.

*Publicado en Página/12 el día 25 de febrero de 2015

jueves, 5 de febrero de 2015

Parejas y violencias

Por Eva Giberti

Las consultas por diferencias entre los miembros de las parejas tenían, hace años, coincidencias notables. O bien querían separarse y antes de hacerlo se prestaban a una terapia de pareja; o bien temían separarse y se trataba de encontrar un camino juntos para salvar diferencias muy sensibles entre sus miembros. Con mayores y menores matices éstos eran los comunes denominadores que se encontraban. Hace algunos años apareció un fenómeno particular. Durante la consulta cualquiera de ellos introduce una expresión absolutamente nueva: ella puede acusarlo a él por ejercer “violencia de género” o bien él puede enfurecerse desde el comienzo del diálogo porque es acusado por “violencia de género”. “¡Yo jamás le he puesto un dedo encima, jamás la he empujado ni he sido violento!”
La respuesta llega muy rápido: “Sí, pero me escondés el dinero que ganás, nunca sé cuánto estás cobrando, cuánta plata recibís por mes y siempre me decís que gasto demasiado y que no te alcanza y yo no te creo...”

La intervención masculina no tarda en surgir: “Pero qué tiene que ver con la violencia... La violencia es de ella porque me hace la vida imposible con sus reclamos...”
Y ella no tarda en retrucar: “Porque me quitás mis posibilidades de tener cosas que preciso comprar, porque estoy estudiando y necesito libros...”
El diálogo puede continuar interminablemente si no se disciernen los equívocos entre los antagonistas.

En primer lugar, el fenómeno cultural es notable: el modo en que se popularizó una expresión –“violencia de género”–, a punto de haberse impuesto como una expresión nacional ajena a su significado real, advierte acerca del éxito de determinadas expresiones que impregnan la escucha y se instalan con fuerza semántica. En segundo lugar, el género se reparte entre hombres, mujeres y personas trans, de manera que hay violencias entre hombres, entre mujeres, entre personas trans y violencias alternadas entre unos y otras.
El género es el plano abarcativo que se malinterpreta para no reconocer que estamos hablando de violencia contra la mujer, que excede los golpes para cubrir el ámbito de la ley 26.485 que desborda los golpes para introducirse en la violencia obstétrica, económica, simbólica y otras formas de ataque a las mujeres.

Ya sabemos que el lenguaje es tramposo y patriarcal, de manera que existe una profunda resistencia para hablar de violencia contra las mujeres. El punto de inflexión se establece cuando los varones se enfurecen por ser acusados de ejercer violencia “si no golpeo, si no pego, luego no soy violento...”
Este malentendido aparece en las consultas con una frecuencia muy interesante desde la perspectiva de las intervenciones con parejas porque el desentendimiento se enfatiza a partir de la índole de acusaciones que se intercambian. La expresión “violencia de género” se transformó en un obstáculo epistemológico para enturbiar los desentendimientos entre dos personas que tienen motivos serios para diferenciarse y aun para atacarse, y la discusión se desplaza sobre la expresión “violencia de género”.

Es muy poco probable que un hombre se asuma como violento si se niega a compartir sus ingresos con su compañera. En décadas anteriores ella me hubiera dicho: “Es avaro, es amarrete, yo sé que gana bien y me limita aquello que debería darme...” Ahora introduce la versión que menciona la violencia de género e irrumpe con una acusación que paraliza al varón, quien se siente injustamente interpelado. Porque no conoce la ley.
Si han decidido separarse y eligieron utilizar el mismo abogado para ahorrarse trámites y porque hay acuerdos de base para un divorcio pacífico, es frecuente que la terapeuta, por pedido de las partes, hable con ese abogado. También allí se encuentra con el desconocimiento de lo que significa violencia de género en una pareja donde hay dos géneros en juego pero resulta complejo referirse a violencia hacia las mujeres.

La expresión “violencia de género”, una simplificación de las diversas formas de violencia que se ejerce contra las mujeres, irrumpe en las crisis matrimoniales como un argumento nuevo en cuanto a su aplicación doméstica y su sola mención en una entrevista para una terapia de pareja o en una consulta deriva en una encendida polémica propia del malentendido que continúa corriendo en los laberintos conyugales.

Es suficiente con que la mujer la mencione para que se produzca la cerrada oposición por parte del varón, que insiste en no ser un sujeto violento, asociando violencia con golpes o ataques físicos. En cambio, logra aceptarlo si la mujer intercala la expresión: “Me insulta permanentemente”, como un ejercicio aceptado por el varón con un argumento que deriva de una cotidianidad habitual: “Bueno, pero son las peleas en la pareja... Yo no hago más que decirle las cosas que normalmente se dicen cuando uno se enoja, o se enfurece... pero no me va a decir que eso es violencia de género, no me va a denunciar por dos o tres palabrotas que son cosas de todos los días... tampoco hay que exagerar, no es motivo para una separación”. Sí, pero es motivo para sostener la acusación de violencia contra la mujer.

El dato significativo que parecería interesante subrayar es la novedad semántica que lleva años inserta en el país, mediante la cual, en las entrevistas con parejas desavenidas, es preciso deslindar los matices y reconstruir las recíprocas acusaciones para entender por dónde atraviesa el corte –que puede ser coyuntural y superable– entre un hombre y una mujer que hablan distintos idiomas sin imaginárselo.

Ella, que elige mencionar la violencia de género cuando quiere decir violencia contra la mujer y de ese modo se descoloca incluyéndose en una generalidad que excede su intención; y el varón, que no ha logrado entender qué se entiende hoy por violencia y le parece que los insultos, por tomar un ejemplo, forman parte de la cotidianidad y de la convivencia sin admitir que es motivo para ser sancionado.

La técnica de entrevista con parejas –una tradición en las intervenciones psicológicas cualquiera sea la corriente teórica– registra en sus prácticas las modificaciones de las subjetividades de la población acordes con los giros idiomáticos y su aplicación en las variadas oportunidades de cada día.

En este modelo, es la aparición de la furia del varón cuando lo acusan de violencia de género sin ser golpeador, y la indignación de ella porque habiéndose ganado el espacio para el reconocimiento de las formas de violencia contra la mujer, “es como si no se dieran cuenta de que son violentos...” Es un aprendizaje largo y denso para el género masculino. También hay que preguntarse por qué las mujeres no llaman por su nombre a la violencia contra las mujeres y adhieren a la filiación “violencia de género” que es una nueva trampa de los patriarcados para silenciar a quien ocupa el lugar de la agredida.

*Publicado en el diario Página/12 el día 5 de febrero de 2015.