El Programa Las Víctimas Contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, con la coordinación de la Dra. Eva Giberti, tiene como finalidad principal poner en conocimiento de la víctimas cuáles son sus derechos para exigirle al Estado el respeto de los mismos y la sanción de las personas violentas que la hayan agredido. De este modo, se busca que la víctima supere su pasividad y reclame por sus derechos.

martes, 6 de diciembre de 2011

"Violencias en Cifras"


Por Eva Giberti.
Publicado en Página/12. "Sociedad".
Domingo, 04 de Diciembre de 2011.

“Según la leyenda, tras su encuentro con la Justicia y la Verdad, el hombre de Creta fue llamado a la antigua Atenas para curar a la ciudad de una plaga. Y las viejas historias sobre él –Epímedes– muestran cómo realizó la curación. En parte instaló rituales que exigían paciencia (...). En parte consistió en insistir en que los atenienses empezaran a poner fin a la bárbara subordinación de las mujeres y dejaran de tratarlas tan mal.” Kingsley, Glosa de un texto de Parménides

Desde siempre, los malos tratos y los abusos sexuales contra niños, niñas y adolescentes se han instalado en la vida familiar. En la estadística que hoy publicamos solamente reproducimos los datos del año 2010 para la ciudad de Buenos Aires. Las cifras que ofrecen los organismos internacionales están acompañadas por recomendaciones acerca de la prevención. Es preciso enseñarles a los niños y a las niñas a defenderse de los adultos. A desconfiar de ellos. Por lo menos, de algunos.

Quienes formamos los Equipos del Programa Las Víctimas contra las Violencias, ante el llamado al número 137, durante las 24 horas, llegamos al domicilio donde la mujer víctima de violencia familiar demanda ayuda. Conversamos con ella hora tras hora, explicándole la importancia de denunciar la violencia que ha padecido.

De pronto, ella comenta: “Este –el padre de los chicos o su compañero– también le pega al nene y a la nena la manosea”. Entonces avanzamos con la necesidad de incluir esa denuncia.

Cuando un profesional se encuentra en esta situación, puede pensar y vivenciar lo que tiene delante. Porque la madre insistirá en su negativa: “No, no quiero denunciarlo, va a ser peor para mí...” Difícilmente conozca los efectos que estos abusos y malos tratos tendrán en el futuro de sus hijos. Y es probable que ella misma haya sido abusada y golpeada siendo niña sin haberse atrevido a contarlo. De modo que su hijo/a no es asumida como víctima y tanto el abuso cuanto el maltrato están naturalizados. O es mucho mayor el terror que el golpeador le suscita y no se atreve a avanzar con una denuncia. La vergüenza es otro factor para considerar: no quiere hablar de “esas cosas”. En oportunidades, son los mismos chicos quienes nos cuentan, durante la visita en domicilio o en hospital desde donde nos convocaron, cómo ese varón que vive con su madre lo castiga o “lo molesta” (lenguaje infantil que sustituye la palabra abuso).

Podemos escucharlo porque, habiendo sido convocados telefónicamente por violencia familiar, permanecemos varias horas en el domicilio de la víctima mientras ella intenta serenarse y escuchar nuestros argumentos que le sugieren denunciar su propia victimización.

El gráfico incluye lo que no quiere ser denunciado y escuchamos durante nuestra intervención. También podríamos editar las características de los abusos contra las niñas y los niños, semejantes y diferentes. ¿Cómo intentamos abordar situaciones instaladas y silenciadas? Existen instituciones del Gobierno de la Ciudad encargadas del seguimiento y atención de estas historias referidas a niños y niñas. Les enviamos un informe detallado para que puedan proceder. Por ahora, Naciones Unidas no titubea en hablar de la imposibilidad de contar con datos ciertos en América latina. Detrás de cada uno de esos niños o niñas hay un sujeto impune al margen de las estadísticas (ver Cuadro 1) .

- Cuando la mujer es la agredida

Aquellas que se niegan a denunciar configuran un circuito invisibilizado en las estadísticas habituales, donde solo aparecen aquellas que denuncian. En nuestros números, este circuito alcanza a un 35 y 40 por ciento de víctimas a las que atendemos, pero que solo figuran en nuestras estadísticas. Así como no figuran aquellas a las que en alguna comisaría “la mandan de vuelta” en lugar de convocar al 137 –como lo hacen muchas de ellas– para que podamos asistirla. Recién cuando una vecina le recomienda recurrir a ese teléfono nos enteramos de lo sucedido.

Existe un universo de víctimas, mujeres que padecen violencia por parte del compañero y niñas y niños víctimas de malos tratos y abusos, omitidos de las estadísticas habituales. Sabemos que el fenómeno de subregistros constituye una realidad en toda estimación estadística pero no cuando las mujeres que se niegan a declarar forman parte de nuestras estadísticas; quedan subregistradas las que no logran acceder al pedido de ayuda.

La pregunta bienintencionada podría ser: “¿Por qué no convencen a todas esas mujeres?”. Convencemos a la mayoría, que sólo empieza pidiendo auxilio. Aunque trabajemos varias horas con ella en su casa, la escena de la violencia, de la que somos testigos presenciales, no se acompaña con la denuncia. Porque para ellas, asistir a un lugar asociado con “tribunales” o semejante es algo que las atemoriza. No me refiero a mujeres de “clases populares”. Las que acompañamos en los barrios elegantes de la ciudad de Buenos Aires quedan atrapadas en sus propias vergüenzas, temiendo que su nombre quede instalado en un expediente. En estas circunstancias no se trata de ignorancia, sino de sentimientos persecutorios. No están dispuestas a asumir que el padre de su hija es un abusador o un golpeador. A partir de esta gestión de gobierno hemos transitado un camino esperanzador en materia de violencias contra mujeres y niños, por comenzar mediante el Programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, porque las busca y encuentra en la escena de la violencia. Diferente de lo que hacíamos quienes comenzamos trabajando en la década del ’80, cuando las mujeres se reunían en grupos de autoayuda o en modestísimas ONG sostenidas a fuerza de donaciones y de actividades heroicas.

- “¿Aumentó la violencia, hay más denuncias o reciben más llamadas?”

El programa comenzó en octubre del año 2006, es decir, llevamos seis años registrando datos mediante las áreas que se ocupan de Estadística y de Informática. En el número 137 recibimos cada día más llamadas y podemos comparar con las iniciales. Lo cual no nos autoriza a decir que aumentó la violencia, aunque podemos estimar que así es. Pero no podemos establecer parámetros para comparar con épocas anteriores porque los números que existen no están sistematizados (ver Cuadro 2).

En las informaciones habituales se privilegia la norma (denunciar) y no la situación de la víctima que incluye la autoridad de la que ella dispone para negarse a hacerlo. Asistimos a la tensión que se establece entre norma y realidad, cuando se suspende la posibilidad de actuar según lo indica la norma. Cuando la víctima existe por fuera del Derecho. Y espera Justicia, que no equivale a Derecho.

Es preciso conocer cuál es la situación de una víctima de violencia familiar, palpada en la fuente misma de los hechos, en domicilio o en el hospital donde fue trasladada en estado de urgencia, para darse cuenta si ella está en condiciones de discernir la importancia de lo jurídico.

Por eso interesa la calidad del “estado de víctima”, distinguiendo a quienes recurren por sus medios a una institución para solicitar ayuda de aquellas a las que nosotras nos acercamos después de un llamado telefónico cuando aún se encuentra en su barrio, en su medio ambiente.

En esos momentos su desvalimiento se visualiza en estado puro, ajena a la pretensión de Schmitt de reconducir la violencia a un contexto jurídico, en una instancia en la cual, como sostenia Walter Benjamin, persiste la capacidad de suspender el derecho, en este caso de la víctima mediante el poder del golpeador que la aterroriza en ausencia, puesto que a ella ese derecho le ha sido cancelado durante años.

Aún está pendiente el análisis de la responsabilidad personal, las actitudes y comportamientos de los médicos que atienden violencias y no denuncian, de las docentes que no se atreven a mencionarla (si bien muchas de ellas son excelentes informantes), de los vecinos que no llaman por teléfono para advertir la presencia de una criatura molida a golpes. Podemos añadir aquellos jueces que desconfían de la víctima, las y los profesionales que cuando evalúan a una mujer golpeada le indican que “vuelva mañana, no tenemos turno” o bien “no es mucho lo que la golpearon, puede regresar a su casa”, los policias que todavía no aprendieron cuál es el procedimiento para actuar en estas circunstancias.

No se advierte que, tanto entre nosotros cuanto en otros países de América Central y del Sur, existe un tropiezo fundamental en los profesionales e idóneos que se enfrentan por casualidad u oficio con el tema. El circuito de la violencia no se circunscuscribe a la víctima y al violento, sino a la terceridad de quienes acompañan. Esos terceros forman parte del circuito de la violencia impulsando el principio de justicia pero no el principio de autonomía que impide la estigmatización de la víctima mediante los procedimientos y recursos que se ponen en juego.

El circuito de la violencia no se ciñe a víctima-victimario, sino que incluye lo que hacen y dicen quienes intervienen en los trámites y tratamientos, describiendo e interpretando lo que les sucede a los protagonistas. Ese circuito introduce a quienes intervienen para tratar de interrumpir el vínculo víctima-victimario. El resultado dependerá de quiénes ocupen esos lugares.

Cuando mujeres de dos villas de Buenos Aires ante la golpiza padecida por una vecina se reúnen, concurren a la casa del golpeador, lo rodean, le dicen lo que piensan de él, sin privarse de algún puntapié o cachetada preguntándole “¿te dolió?, a ella le duele más lo que le hiciste”, introducen una estrategia ajena a las prácticas universitarias y riesgosamente cercana a lo que se denomina “justicia por mano propia”. Pero reiteran aquello que otras mujeres villeras hicieron hace tiempo: emprendían un cacerolazo y hacían sonar un silbato cuando una mujer era golpeada. Denunciar o no es otra instancia. Aquello que se mantiene excluido del análisis del tema es la calidad de los procedimientos jurídicos y la competencia de quienes “miden” a las víctimas que apenas si saben por qué están en ese lugar intransferible e incanjeable.

El Estado ha incorporado estrategias nuevas y quienes operan con el tema cuentan con recursos prometedores. No obstante, las violencias circundantes que impregnan las vidas de estas víctimas crece desde las raíces patriarcales que nuestra cultura alimenta.

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