Una persona intersex nació en Oberá, en Misiones. Su mamá tiene 16, su padre apenas pasó la mayoría de edad, y los recursos de la familia son pobrísimos. Sin embargo, tienen recursos suficientes para preguntarse en voz alta si está bien someter a su bebé a una cirugía cruenta e irreversible con el único fin de poder definir en el escaso territorio de su entrepierna si se trata de un niño o de una niña. Se trata de violencia de género en estado puro: es para conservar el orden de los géneros que se mutila, que se condena a la insensibilidad, que se pone la posible “incomodidad” social por sobre la autonomía de las personas. Todo en el mismo país, el nuestro, que consagró por ley la evidencia de que reconocerse y ser reconocido/a en un género o en otro no depende de la morfología de los genitales. Pero, claro, hay que estar en uno o en otro género. Y lo antes posible.
Publicado en Página/12. "Suplemento LAS12".
Viernes, 22 de febrero de 2013
Viernes, 22 de febrero de 2013
Abro el diario, y busco, busco, hasta que encuentro. La noticia parece estar en todas partes, pero su ubicuidad es un espejismo: en realidad está ahí, precisamente, donde su estallido no es novedad.
Un nacimiento intersex en Oberá, una mamá apenas adolescente y una familia que sobrevive en la pobreza extrema, un ejército de profesionales de la salud prescribiendo el horror, declaraciones oficiales estampándoles el sello estatal.
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