* Por Eva Giberti
**Alcanza con
subir a un subterráneo para comprobar la realidad de la situación: los varones
se sientan despatarrados, con las piernas abiertas ocupando su asiento y el que
está a su lado.
Puede
observarse el fenómeno si el asiento vecino está desocupado, y si por el
contrario está ocupado por una mujer, el modelo es el mismo: ellos se abren de
piernas y empujan a la mujer que se sienta a su lado. Si es otro varón, entre
ellos se entenderán, ambos despatarrándose mutuamente.
El fenómeno se
llama “manspreading”, según la nomenclatura que los ingleses(norteamericanos)
encontraron para describirlo.
Se trata de
ocupar el espacio y exhibir una abertura fálica que se extienda de Este a Oeste
sin la menor consideración por la persona que se sienta a su lado. Algunos
varones consultados explican. “No lo hago a propósito. Es un gesto que me sale
espontáneamente, no pretendo molestar...” Otros dicen: “Es que los varones
precisamos más espacios para no apretar lo que cuelga...” Argumento que los
investigadores han defenestrado al mostrar con dibujos la anatomía
masculina, que tal explicación no corresponde a la localización del pene cuando
los varones se sientan: cuando así sucede, “el pene no cuelga entre las
piernas, sino que está en el bajo vientre, en el pubis y sale hacia adelante,
no hacia abajo”. Lo cual responde a una razón biológica, facilita la posición
de la hembra para procrear. Estos párrafos, tomados de Rafael de la Rosa
(biólogo), los aporto al margen de la interpretación política de esa postura
masculina, que excede la raigambre biológica. Cualquiera sea el modelo o el
estilo, el varón intenta ocupar espacios de acuerdo con las que considera sus
necesidades transformadas en derechos. Tanto es así que podemos creer en su
descargo: “Me sale espontáneamente, no pretendo molestar”. Efectivamente, la
cultura patriarcal en la cual los varones militan desde niños les enseña
justamente que pueden “hacer lo que quieran” con sus cuerpos, porque es su derecho,
para eso son varones, o sea portadores de órgano masculino que los dota de
poder, vigor y fuerza en relación con la inferioridad femenina. La exhibición
fálica de las piernas abiertas, para que todas contemplemos la oculta y
sugerida anatomía que los diferencia de las mujeres, impone una violación
visual. Es el efecto de lo que ellos consideran un derecho: despatarrarse
cuando se sientan.
Otra mala
costumbre.
Asistíamos a
una reunión donde muchas personas estaban preocupadas por las diferentes cotizaciones
del dólar. Entre los asistente había gente experta en el tema y una de ellas
era una joven gerenta de una institución bancaria. Durante el diálogo tomó la
palabra hablando con la solvencia que le aportaba su posición: “Los procesos de
endeudamiento y el vencimiento de las Lebacs...” No pudo continuar porque un
señor canoso la interrumpió: “Permítame corregirla...” y comenzó a esgrimir sus
razonamientos que poco y nada tenían que ver con lo que la joven experta había
comenzado a decir. Cuando finalizó, la joven intentó retomar incluyendo algunos
puntos que este señor había expresado: “Las líneas de financiamiento
comprometen el juego...” Nueva interrupción, esta vez por un joven que
criticaba las líneas de financiamiento y así continuó la reunión hasta que por
fin, después de varias interrupciones y merced a la persistencia y decisión de
esta joven experta, logró expresar su punto de vista.
Yo era
silenciosa espectadora de aquel singular intercambio que socarronamente podría
llamar diálogo y que ilustraba brillantemente otra mala costumbre de los
varones: interrumpir el discurso o la palabra de las mujeres, ya sea para
“corregir”, para dar “consejos” pero siempre para arrancarle el derecho a
la palabra de las mujeres.
Interrumpir a
la mujer que habla es algo que sucede sistemáticamente en la universidad, en
las reuniones de consorcio, en las sobremesas familiares, en donde queramos
encontrarlo.
¿Por qué?
Porque ya desde el Paraíso Eva no habla. Desde el mito bíblico a Eva le está
prohibida la palabra. Es Adán quien responde a Yave para acusar a Eva: “La
mujer que me diste por compañera me tentó y me dio la fruta...”(sin
comentarios).
El hecho es
que tradicionalmente la mujer no es escuchada y los varones actuales (algunos)
siguen fielmente esa tradición interrumpiendo a las mujeres cada vez que toman
la palabra ya sea en un tema intrascendente o en un tema trascendente,
cualquiera sea el motivo, la cuestión es interrumpirla, preferentemente para
corregirla o peor aún para darle un consejo.
La joven experta,
mucho más preparada técnicamente y con notable experiencia que cualquiera de
sus interruptores, no alcanzó a llevar adelante su defensa, que hubiese sido,
por ejemplo, en lugar de admitir la interrupción, bloquear al primero para
decirle: “Estoy hablando yo y voy a terminar de exponer mi pensamiento”. Frente
a esa respuesta es probable que el sujeto insistiese “Pero permítame, yo quería
corregirle...” Y ella podría responderle: “Señor, Usted no puede corregirme
porque me interrumpió y no escuchó hasta el final lo que tengo para decir. O
sea, manténgase callado hasta que yo termine de hablar”.
¿Saben por qué
las mujeres no avanzamos con este índole de respuestas que serían las lógicas y
razonables? Porque nos enseñaron a ser simpáticas y a no chocar con los
varones, dándoles siempre el lugar para escuchar su palabra.
Entonces,
atención las mujeres con esta mala costumbre de los varones. Solo aprenderán a
corregirse si nosotras pasamos por encima de la educación patriarcal que
recibimos.
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